Sí, soy calvo. No es ningún secreto, ni pretendía que lo fuera.
Y mientras escribo esto pienso en lo ridículo que puede llegar a ser el
dedicarle un blog entero a este tema en particular. Mi alopecia (maldición)
comenzó alrededor de los 18 años. Roma no se construyó en un día; y evidentemente
esto no fue algo que ocurrió de la noche a la mañana. Todo fue paulatino,
progresivo. Cuando en los primeros días era un cabello… en unos años ya eran tres,
y a medida que la cantidad aumentaba comencé a preocuparme, supe que algo no
andaba bien, no consideraba normal que esto me sucediera a mi temprana edad. Es
decir, siempre fui un chico que últimamente me dejaba crecer el cabello y no
contemplaba para nada la idea de quedarme pelón tan joven. Me negaba a
aceptarlo.
¿El principal motivo de mi caída de cabello? Genética. Soy la
imagen y semejanza de mi papá. Y tarde comprendí que uno no puede ir en contra
de la genética. Uno no puede remar en contra de la corriente. No se puede
evitar lo inevitable, por más que uno lo desee. Ningún tratamiento, tónico, champú
o combinaciones caseras fueron capaces de detener al monstruo de la genética.
Dejarme el cabello corto no funcionaba tampoco. Y es que el problema en sí no
era quedarme calvo, el problema es que me pasara esto tan prematuramente. Sabía que era algo que eventualmente sucedería, pero ¿por qué ahora? ¿por qué a mí?
Confieso que inicialmente fue algo que afectó mi autoestima
de una manera brutal. Me acomplejó a niveles estratosféricos. Y no por el qué
dirán todas las personas a las que me podía topar en la calle, sino sólo a las
que sí conocía. ¿Qué pensarán todas esas personas que alguna vez me vieron con
mucho cabello… y ahora me ven en decadencia? Me jodía mucho. Me la pasaba
deprimido, sabía que este cambio de look permanente iba a afectar en todo; en
mi físico directamente, en cómo me verían los demás, en los estilos de vestimenta
que me favorecerían más de ahora en adelante, en los cuidados que debía tomar
por los rayos del sol o por el frío. Pero, en especial, sabía que lo que más
tendría que soportar de aquí hasta el día de mi muerte eran las bromas o comentarios
de mal gusto. (no me quejo, yo también en algún momento fui el burlista, ¿y quién no lo ha sido alguna vez?, uno cree "tener los motivos suficientes" para molestar a la otra persona). Chistes que, por si fuera poco, herían aún más mi autoestima, el
cual ya estaba por los suelos y que parecía no estar próximo a levantarse.
Claro que nunca refunfuñé, intentaba no prestar atención a esos comentarios,
simplemente reía o sonreía mientras que por dentro sólo quería darme un tiro.
Pero a veces era inútil, pasa que a veces solemos prestarle más atención a todo
lo malo que nos dicen, que a lo bueno. Por ejemplo, si una foto que subimos a
cierta red social alcanza diez comentarios, de los cuales nueve hablan puras
cosas buenas de tu persona, mientras que el último no, al contrario, muestra
cosas negativas o intenta ridiculizarte, acostumbramos a enfocar nuestra
atención en ese singular comentario intentando buscar una explicación. Así de irónicos podemos llegar a ser; por preocuparnos más por las críticas destructivas que por las constructivas. El plano físico es cuanto menos curioso.
Pero, el tiempo lo cura todo dicen por ahí, eventualmente
descubrí la solución a mi problema: la resignación. Con el pasar del tiempo me
importaba cada vez menos la opinión de la gente, y los comentarios ofensivos,
me los pasaba por el c-lo y devolvía uno peor (de todas maneras, todos tienen
cola que les pisen). Después de todo, no me miraba mal. La gente tendrá que
acostumbrarse a este nuevo yo. La única opinión que verdaderamente me importaba
sobre mi físico, era la mía. Ya no me molestaba cuando me decían “pelón”
o “calvo”, pues al final de cuentas, eso es lo que soy, ¿no? Aprendí a
aceptarme como soy y como seré. Hace un par de años comencé a raparme, no iba a disimularlo... eso sería triste y hasta patético (sí uso muchas gorras y gorritos, pero quienes me conocen saben que son accesorios que ya usaba desde antes que esto detonara... son parte de mi estilo, no los uso por tratar de ocultarlo). No me considero una persona superficial
con el resto, entonces ¿por qué no conmigo mismo? Quien me quiera, me querrá
como soy. “Lo importante no es el físico” dirían por ahí (claro que es
importante, pero no es lo más importante).
No escribo este blog únicamente para contar mi camino hacia
la calvicie, lo hago además para quitarnos de una buena vez todos aquellos
complejos por aspectos físicos que no se irán jamás. El primer paso hacia el
éxito es la aceptación. No estoy haciendo alusión a que debamos admitir insultos,
burlas o intentos de ridiculización… eso jamás; pero volvernos impermeables a
comentarios del estilo: “pelón”, “chaparro”, “negro”, “chino”
o cualquier otro chiste dirigido a características de tu físico que no puedes
cambiar (por ello no incluí “gordo”) a menos que tengas la plata suficiente
para operarte, porque, seamos sinceros, son comentarios que nos perseguirán para
toda la vida. Que te resbalen, que te valgan madre, que te importen un carajo.
Tú sabes lo que eres y lo que vales, no te dejes derribar tan fácilmente. Uno
no puede controlar la boca de los demás, pero sí tratar de concientizar, para
que la próxima vez pensemos más detenidamente cada palabra o comentario que
lancemos a alguien, quizás de forma involuntariamente (o dolosa… uno nunca
sabe), sin saber en lo mucho o poco que podemos llegar a influir en su autoestima.
Una autoestima baja es, aunque no lo parezca, un hoyo profundo del cual cuesta
salir. Suena precipitado, pero la acumulación de burlas puede conducir a personas frágiles a tomar malas decisiones. Dentro del plano físico, quiérete como eres y quiere a los demás como
son.
