A pasos tambaleantes logré salir de ese oscuro rincón que en tiempos recientes se había convertido en mi lugar favorito, y a la vez en mi total perdición. Es difícil coordinar tus pasos cuando el alcohol ya ha hecho los estragos para los cuales fue encomendado. Así como también es inevitable sentirse desorientado; considerando en dejar a mi único acompañante fiel, y a la vez sabiendo que no son más que viles mentiras. El peor defecto que tengo es saber que tengo un defecto, y no mover ni un dedo por cambiarlo. Y mi mayor virtud, es ser un optimista; tener la suficiente positividad para creer que las cosas cambiarán algún día. Soy la ironía personificada, cargando a mis espaldas un sistema de pesos y contrapesos.
Como pude logré acomodarme en la banca de la parada de autobús más cercana. No tenía más dinero para continuar bebiendo en ese bar de mala muerte… es decir, para tomar el autobús, ni tampoco las energías necesarias para caminar de regreso a casa. Así que simplemente me quedé sentado, viendo a la recia lluvia caer a cántaros. Apenas una tenue luz del alumbrado público iluminaba ese triste lugar, en el cual ya había decidido pasar la noche. El resto era oscuridad, diluvio y nocturnidad. Parecía que poco a poco la penumbra se devoraba esa pequeña luminiscencia que me permitía divisar las cosas.
Al cabo de unos minutos, una persona escuálida y de gran estatura se acercó. Vestía una enorme y larga chaqueta negra de aparente gabardina, que le cubría prácticamente todo el cuerpo. Cargaba puesta la capucha que me impedía ver su rostro. Utilizaba un curioso bastón, del cual se sostenía con sus esqueléticas manos. Lo cierto es que ni siquiera me enteré de dónde salió esta persona, posiblemente de la tercera edad, de un momento a otro ya la tenía a un lado. No le importó sentarse a la par mía a pesar de que de mis ropas se desprendía un fuerte hedor a cantina. Llegué a pensar que en cualquier momento sacaría un arma para asaltarme, pero no, simplemente se sentó y no pronunció ni una sola palabra. Y estuvo así por varios minutos. Trajo consigo un ambiente tenso e incómodo, asimismo la lluvia se acrecentó y la temperatura bajó desmesuradamente.
Finalmente se rompió el hielo cuando un potente Cadillac se estacionó del otro lado de la acera, a continuación, un corpulento pero nada agraciado tipo se bajó con paraguas en mano y se quedó parado afuera de un local, del cual salió una despampanante mujer; rubia, ojos azules, labios carnosos, curvas de infarto, de cuerpo perfecto y vestida con un sensual vestido corto y escotado. La mujer tomó del brazo al hombre, quien la cubría con el paraguas, y ambos se subieron a ese bellísimo auto para posteriormente irse de la escena.
— ¿Qué te pareció esa mujer? — me preguntó el hombre con una voz tétrica y ronca.
— Es una interesada — dije sin pensarlo dos veces — ¿La viste a ella? ¿Lo viste a él? Es obvio que está con ese viejo regordete únicamente por el dinero —
— ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? — me preguntó después de una pausa — Te pregunté por ella, no por él. Quizás se trate de un padre recogiendo a su hija, quizás se trate de un piloto o guardaespaldas recogiendo a la mujer o a la hija de algún hombre importante. Y aunque puedas tener razón, puede que también se trate de amor verdadero o que el hombre sea un semental en la cama. Pero sacaste una conclusión demasiado rápida —
— Todas son iguales…— dije tras un largo suspiro — Ellas dicen que todos nosotros somos la misma mierda, pero ellas no son precisamente un ejemplo a seguir en la guerra de los sexos —
— Supongo que ya anduviste con todas las mujeres del mundo para poder generalizar de esa manera, ¿verdad? —
— No. Pero a alguien debo culpar de mis malas decisiones — solté en un tono sarcástico.
— He pasado por este lugar tantas veces — me dijo — Ese lugar es una casa de citas, la mujer voluptuosa es una prostituta y ese hombre en su Cadillac no es más que un tipejo adinerado que prefiere gastar su plata en sexo con ese mujerón, que aportar en su hogar con su esposa e hijos —
— Bueno… de una u otra manera tuve razón — respondí — Puesto que su profesión se basa en la prostitución, su interés es meramente económico —
— Combinas muy bien las palabras para ser un ebrio consuetudinario — dijo tras observarme por unos segundos — He pasado por este lugar tantas veces, y he notado tu fuerte insistencia en frecuentar ese bar. No sé qué le ves de especial. Y no me refiero al lugar, sino al hecho de alcoholizarte como si no hubiera un mañana. ¿Qué sucede? ¿Alguna desilusión amorosa? —
— ¡Qué va! — exclamé — Con el pasar de los años he aprendido fehacientemente que somos piezas reemplazables. Algunas veces desechables. Ya no me ofusco si le gusto o le dejo de gustar a alguien. Sé que no me lo estás preguntando, pero ahora únicamente focalizo mi atención en las personas que no se andan con rodeos, que no se andan con tonterías —
— Entiendo — me dijo — Ciertamente uno está de paso en esta travesía llamada vida. Y sí, somos reemplazables. Tú ocupas el lugar que tenía alguien más y tu lugar lo ocupará otro cuando ya no estés. Esto es así, es una especie de competencia en todo ámbito de la vida, y como tal, debes dejar huella. Debes dar lo mejor de ti mismo, para superar al que estuvo antes de ti y para complicar la existencia de tu sucesor. No olvides que eres alguien reemplazable pero irrepetible —
— Para ser un entrenador motivacional tienes un aspecto tosco y brutal —
Al hombre le causó gracia mi comentario y comenzó a reírse y ahogarse a la vez. Como un anciano que traga saliva mientras ríe para luego no dejar de toser. Su risa era tan macabra y su tos tan seca. No sabía si darle palmaditas en la espalda o esperar a que se le pasara. Al final hice lo segundo.
— Oh… he pasado por este lugar tantas veces — repitió mientras se terminaba de limpiar su boca — He visto a tanta gente con el corazón roto que se pierde fácilmente en cualquier vicio, incluso he visto a otro montón que se pierde en cualquier vicio estando enamorada. Nunca he experimentado esa reacción denominada “amor”, pero se ve que es sumamente dolorosa como placentera —
— Yo no bebo por amor — repliqué seriamente — Eso es una semejante absurdez. Siempre habrá personas que me van a querer incondicionalmente. Tengo familia y amigos que me quieren. Claro, no es lo mismo que un amor de pareja, pero quedarme soltero no es algo que me espante el sueño —
— ¿Entonces…? — preguntó.
Me quedé callado por un momento, meditando la respuesta que daría. Nunca antes me había abierto de tal manera con nadie y me sabía extraño que la primera vez que lo hacía era ante un completo desconocido que, teniendo una apariencia escalofriante, de la nada me comienza a hablar de la vida en una parada de autobús casi a media noche.
— Creo que decepción — respondí cabizbajo — No soy una persona suicida, pero permito que dentro de mí se alberguen los pensamientos más negativos. Estoy decepcionado de la vida. Me encuentro decepcionado de tantas cosas. Y no me refiero a cosas que perfectamente puedo cambiar; como mi peso, mi alimentación, mi religión, mi actitud, mi reputación, mi estudio, mi trabajo, mi pareja, mi círculo social…—
— ¿Tus vicios? — me interrumpió.
— Sí, mis vicios también — proseguí — Me refiero a cosas imposibles que difícilmente pueden ser cambiadas por una sola persona. Es de ser muy entusiasta e iluso el pretender cambiar uno solo cosas como la pobreza, como el desempleo, como las enfermedades, reducir los índices de violencia, de corrupción. No sabes lo avergonzado que me siento de pertenecer a la humanidad, a esta raza que paulatinamente ha ido acabando con su propio planeta, con su propia raza. Me llena de coraje e impotencia el saber que diariamente ocurren robos, asesinatos y violaciones, y que no puedo estar allí para impedirlo. Que los niños pasan penas innecesarias, que no les podamos legar un mejor futuro. Que los animales y las plantas sufran a causa nuestra. Cómo quisiera acabar con el hambre en los países más pobres, acabar con los conflictos bélicos entre naciones, acabar con las ridículas peleas entre religiones, pero son temas que solo gente poderosa puede tratar. Esas personas… esas personas forradas de dinero y poder, que no les importa un carajo nadie más que ellos, que solo velan por sí mismas, que le aseguran un futuro próspero únicamente a sus generaciones, que cuando les toca ver por los demás se hacen de brazos cruzados, de ojos ciegos y de oídos sordos. A una persona como yo, únicamente le corresponde apretar los puños y aguantarse las ganas. Sé que estoy metiendo muchos temas a la olla, pero soy una persona pensadora, consciente de que pensar demasiado las cosas puede conducir a la depresión. Sé que pensarás que todo lo que te acabo de decir no son más que excusas baratas para justificar mi alcoholismo —
— En efecto, hablas del ciclo interminable; sin familia no hay valores, sin valores hay corrupción, si hay corrupción hay pobreza, si hay pobreza no hay educación, si no hay educación hay desempleo, si hay desempleo hay delincuencia y si hay delincuencia no hay familia — meditó — Únicamente deduzco que eres de esos borrachos que cuando el efecto del alcohol en su organismo llega a su máximo apogeo, comienza a dilucidar y filosofar sobre cualquier tema que se le atraviese por la mente —
— ¡No es así! — respondí con ahínco ante su burla — No soy una persona egoísta. Se le llama empatía, cualidad que a muchas personas les falta en estos tiempos —
— Es decir, que la principal razón por la que bebes es porque el mundo no es el lugar ideal para vivir, ¿correcto? —
— Tengo problemas, lo reconozco — dije tras unos segundos — Sé que necesito ayuda profesional, que la bebida no resolverá absolutamente nada. Es solo que… creo que no le tengo tanto aprecio a la vida. Vuelvo y te repito que no soy una persona con tendencias suicidas, o al menos no por ahora, pero si un camión me atropella y acaba con mi miseria, no pasaría nada —
— Ten cuidado con lo que deseas — dijo mientras se aclaraba la garganta — Te diré algo que no me corresponde a mí, porque he pasado ya tantas veces por este lugar. La vida no es un camino fácil, encontrarás baches, muchos baches. Y si tú no puedes arreglar ese bache, únicamente te queda rodearlo y seguir con tu camino, pues hay gente detrás que también quiere pasar. La vida será tan mierda como así tú lo desees. Este no es un lugar perfecto, pero puedes hacer que tu vida y la de los tuyos se acerque lo más posible a la perfección. No caigas en falacias ni en doblemoralismos, sé consciente de tus actos y de tus palabras, y verás cómo estarás satisfecho de que, por lo menos tú, habrás cumplido con tu parte de hacer de este mundo algo mejor. Aférrate a tus sueños, a tu Dios si es que crees en uno. No te aferres a las cosas ni a las personas, por mucho que las ames, tú viniste a este lugar solo y te irás solo —
— Hablas como si fueses un predicador experimentado — dije mientras intentaba divisar su rostro en medio de la oscuridad — ¿Cómo te llamas? —
El hombre no respondió. Comenzó a apoyarse en su singular bastón con ambas manos, intentando levantarse con notoria dificultad. “¿Ya te vas?” le pregunté, y casi como un acto reflejo, me puse de pie, me acerqué y amablemente lo tomé del brazo para ayudarlo a incorporarse. En ese preciso momento sentí cómo las yemas de mis dedos se encontraron tras rodear su brazo. Confundido elevé mi mirada buscando la suya, y lo que vi a continuación me dejó paralizado de miedo. Estaba frente a frente con la muerte; no podía despegar la mirada de sus cuencas vacías, esa profunda oscuridad que me absorbía. Sus dientes expuestos parecían que me sonreían maniáticamente todo el rato. Yo temblaba, sentía muchísimo frío. Jamás en mi vida había experimentado tanto terror, tanto miedo, tanto pánico como aquella noche. El ambiente emanaba una corriente gélida, las energías pesadas y negativas se apoderaron del sitio. Temía por mi vida y mi cuerpo inerte no respondía a lo que mi mente le ordenaba desesperadamente; escapar.
— ¿Me llevarás contigo? — logré cuestionar a tono bajo y entre titubeos.
Inmediatamente ese ser me tomó por el cuello con una mano y me levantó denotando una fuerza sobrehumana. Me elevó por encima de sus casi dos metros y medio, y me sostuvo así durante varios segundos. Segundos que parecían eternos. Estaba impactado, anonadado de cómo mis pies se despegaron de la tierra tan súbitamente y me dejara suspendido en el aire mientras mi respiración disminuía lentamente. Sus ásperos y esqueléticos dedos se incrustaron en mi garganta y experimenté una sensación de quemadura en el cuello. No hacía falta ser un genio ni tener un espejo para saber que mi tono de piel se tornó cambiante a medida que pasaban los segundos.
— He pasado por este lugar tantas veces — sus palabras fueron más pausadas y con un tono más grueso y diabólico mientras me hacía “levitar” — No pienso llevarme a alguien que directa o indirectamente desea morir. Eso no es divertido. Terminarás tu miserable, cruel y dolorosa estadía en la vida hasta que logres encariñarte con ella. Y cuando eso pase, te la arrebataré. Sin previo aviso, sin que me veas venir, simplemente sucederá —
La muerte entonces aventó mi cuerpo cual muñeco de trapo fuera, haciendo que atravesara el cristal que fungía como una de las paredes de aquella maldita parada de autobús, para luego caer pesadamente contra la dureza del pavimento. No pude ni siquiera meter las manos para protegerme, de mi cabeza comenzó a brotar ese líquido rojizo y coagulable, el cual escurría y se deslizaba en forma de goteo por todo mi rostro. Quedé noqueado. Poco a poco fui perdiendo el conocimiento hasta quedar totalmente inconsciente…
Me desperté por unos instantes sobre una camilla y recibiendo oxígeno. Aún no asimilaba las cosas, únicamente observaba estúpidamente el techo del interior de la ambulancia. Me sentía aturdido, y el estruendoso ruido de la sirena no ayudaba. Uno de los paramédicos se percató de ello y se acercó a mí.
— ¡Gracias a Dios! — exclamó — Hubiésemos llegado un poco más tarde y ya no la cuentas, amigo —
El sujeto me salvó la vida y se restó méritos para dárselos a Dios, no entendía nada. Después de lo que presencié, no sabía en qué creer. No sé ni siquiera si tendré la suficiente cordura para afrontar los años que me quedan. El manicomio puede ser el lugar ideal para mí. El dolor en mi cabeza hizo que llevara mi mano a mi frente. La tenía vendada, al igual que mi cuello.
— Creemos que un vehículo te aventó a gran velocidad y te hizo atravesar el cristal, pero eso se revelará cuando revisemos las cámaras de seguridad — me dijo — Perdiste demasiada sangre. Es verdaderamente un milagro que estés vivo. Parece que alguien desea que permanezcas entre nosotros un tiempo más —
Volví a quedarme dormido. Y, bueno, el resto es historia. Me recuperé tras un par de días de internamiento hospitalario. La preocupación y la angustia de mis familiares y conocidos fue tal, que luego de tan traumático suceso decidí por fin recibir ayuda profesional para tratar mi enfermedad. Decidí cambiar, decidí dejarme de excusas y justificaciones. Dejé atrás el alcoholismo para adentrarme en el mundo del insomnio. Las recurrentes pesadillas me atormentaban y acosaban sin misericordia, y versaban siempre sobre lo mismo. Lo rescatable es que no enloquecí. Han pasado ya tres años después de aquella… de aquél… no sé cómo definirlo, no me gusta recordarlo. Actualmente tengo una amorosa esposa a la cual amo con todo mi ser, dos hermosos hijos que son mi motor, un cálido hogar, un trabajo estable, estoy asistiendo a la iglesia. Me decidí por vivir bien la vida, enfocándome en lo bueno que me provee, colaborando con el cambio hasta donde mis recursos y energías me lo permitan. Dejé atrás esa vida de vicios, corté todos aquellos vínculos que no me aportaban nada bueno. Puede ser una decisión dura y difícil, pero necesaria al final del día.
Nunca llegué a contarle a nadie lo que realmente pasó. Es decir, ni siquiera sé si eso fue lo que realmente pasó. Semanas después del incidente pude corroborar las imágenes que grabó la cámara de seguridad, pude ver con mis propios ojos el metraje de aquella noche, donde efectivamente un camión negro me impactó y me hizo volar por los aires, haciéndome atravesar ese muro de vidrio. Un camión, el cual se dio a la fuga y del cual no se supo nada más, ni siquiera se pudieron tomar los números de placa. Nada. Como si la misma tierra se lo hubiera tragado sin dejar rastro alguno. Cualquiera diría que pudo haberse tratado de alguna escena ficticia que mi imaginación refundida en el alcohol creó, pero no, estoy seguro de lo que vi. Después de ese día, en el que sostuve una conversación de la vida con la muerte, comencé a valorar lo que soy y lo que tengo, lo que fui y lo que tuve, y lo que puedo llegar a ser y tener. Temiendo que, cualquier día, pueda voltearme y que ese monstruo, ese espectro, ese ente, ese ser, ese demonio, esté allí… ahora sí, esperando por mí, listo para llevarme, y que ahora sea yo el que no esté dispuesto a irme.



