domingo, 23 de agosto de 2020

HABLANDO DE LA VIDA CON LA MUERTE

A pasos tambaleantes logré salir de ese oscuro rincón que en tiempos recientes se había convertido en mi lugar favorito, y a la vez en mi total perdición. Es difícil coordinar tus pasos cuando el alcohol ya ha hecho los estragos para los cuales fue encomendado. Así como también es inevitable sentirse desorientado; considerando en dejar a mi único acompañante fiel, y a la vez sabiendo que no son más que viles mentiras. El peor defecto que tengo es saber que tengo un defecto, y no mover ni un dedo por cambiarlo. Y mi mayor virtud, es ser un optimista; tener la suficiente positividad para creer que las cosas cambiarán algún día. Soy la ironía personificada, cargando a mis espaldas un sistema de pesos y contrapesos.

Como pude logré acomodarme en la banca de la parada de autobús más cercana. No tenía más dinero para continuar bebiendo en ese bar de mala muerte… es decir, para tomar el autobús, ni tampoco las energías necesarias para caminar de regreso a casa. Así que simplemente me quedé sentado, viendo a la recia lluvia caer a cántaros. Apenas una tenue luz del alumbrado público iluminaba ese triste lugar, en el cual ya había decidido pasar la noche. El resto era oscuridad, diluvio y nocturnidad. Parecía que poco a poco la penumbra se devoraba esa pequeña luminiscencia que me permitía divisar las cosas.

Al cabo de unos minutos, una persona escuálida y de gran estatura se acercó. Vestía una enorme y larga chaqueta negra de aparente gabardina, que le cubría prácticamente todo el cuerpo. Cargaba puesta la capucha que me impedía ver su rostro. Utilizaba un curioso bastón, del cual se sostenía con sus esqueléticas manos. Lo cierto es que ni siquiera me enteré de dónde salió esta persona, posiblemente de la tercera edad, de un momento a otro ya la tenía a un lado. No le importó sentarse a la par mía a pesar de que de mis ropas se desprendía un fuerte hedor a cantina. Llegué a pensar que en cualquier momento sacaría un arma para asaltarme, pero no, simplemente se sentó y no pronunció ni una sola palabra. Y estuvo así por varios minutos. Trajo consigo un ambiente tenso e incómodo, asimismo la lluvia se acrecentó y la temperatura bajó desmesuradamente.  

Finalmente se rompió el hielo cuando un potente Cadillac se estacionó del otro lado de la acera, a continuación, un corpulento pero nada agraciado tipo se bajó con paraguas en mano y se quedó parado afuera de un local, del cual salió una despampanante mujer; rubia, ojos azules, labios carnosos, curvas de infarto, de cuerpo perfecto y vestida con un sensual vestido corto y escotado. La mujer tomó del brazo al hombre, quien la cubría con el paraguas, y ambos se subieron a ese bellísimo auto para posteriormente irse de la escena.

­ ¿Qué te pareció esa mujer? — me preguntó el hombre con una voz tétrica y ronca.

— Es una interesada — dije sin pensarlo dos veces — ¿La viste a ella? ¿Lo viste a él? Es obvio que está con ese viejo regordete únicamente por el dinero —

— ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? — me preguntó después de una pausa — Te pregunté por ella, no por él. Quizás se trate de un padre recogiendo a su hija, quizás se trate de un piloto o guardaespaldas recogiendo a la mujer o a la hija de algún hombre importante. Y aunque puedas tener razón, puede que también se trate de amor verdadero o que el hombre sea un semental en la cama. Pero sacaste una conclusión demasiado rápida —

— Todas son iguales…— dije tras un largo suspiro — Ellas dicen que todos nosotros somos la misma mierda, pero ellas no son precisamente un ejemplo a seguir en la guerra de los sexos —

— Supongo que ya anduviste con todas las mujeres del mundo para poder generalizar de esa manera, ¿verdad? —

— No. Pero a alguien debo culpar de mis malas decisiones — solté en un tono sarcástico.

— He pasado por este lugar tantas veces — me dijo — Ese lugar es una casa de citas, la mujer voluptuosa es una prostituta y ese hombre en su Cadillac no es más que un tipejo adinerado que prefiere gastar su plata en sexo con ese mujerón, que aportar en su hogar con su esposa e hijos —

— Bueno… de una u otra manera tuve razón — respondí — Puesto que su profesión se basa en la prostitución, su interés es meramente económico —

— Combinas muy bien las palabras para ser un ebrio consuetudinario — dijo tras observarme por unos segundos — He pasado por este lugar tantas veces, y he notado tu fuerte insistencia en frecuentar ese bar. No sé qué le ves de especial. Y no me refiero al lugar, sino al hecho de alcoholizarte como si no hubiera un mañana. ¿Qué sucede? ¿Alguna desilusión amorosa? —

— ¡Qué va! — exclamé — Con el pasar de los años he aprendido fehacientemente que somos piezas reemplazables. Algunas veces desechables. Ya no me ofusco si le gusto o le dejo de gustar a alguien. Sé que no me lo estás preguntando, pero ahora únicamente focalizo mi atención en las personas que no se andan con rodeos, que no se andan con tonterías —

— Entiendo — me dijo — Ciertamente uno está de paso en esta travesía llamada vida. Y sí, somos reemplazables. Tú ocupas el lugar que tenía alguien más y tu lugar lo ocupará otro cuando ya no estés. Esto es así, es una especie de competencia en todo ámbito de la vida, y como tal, debes dejar huella. Debes dar lo mejor de ti mismo, para superar al que estuvo antes de ti y para complicar la existencia de tu sucesor. No olvides que eres alguien reemplazable pero irrepetible —

— Para ser un entrenador motivacional tienes un aspecto tosco y brutal —

Al hombre le causó gracia mi comentario y comenzó a reírse y ahogarse a la vez. Como un anciano que traga saliva mientras ríe para luego no dejar de toser. Su risa era tan macabra y su tos tan seca. No sabía si darle palmaditas en la espalda o esperar a que se le pasara. Al final hice lo segundo.

— Oh… he pasado por este lugar tantas veces — repitió mientras se terminaba de limpiar su boca — He visto a tanta gente con el corazón roto que se pierde fácilmente en cualquier vicio, incluso he visto a otro montón que se pierde en cualquier vicio estando enamorada. Nunca he experimentado esa reacción denominada “amor”, pero se ve que es sumamente dolorosa como placentera —

— Yo no bebo por amor — repliqué seriamente — Eso es una semejante absurdez. Siempre habrá personas que me van a querer incondicionalmente. Tengo familia y amigos que me quieren. Claro, no es lo mismo que un amor de pareja, pero quedarme soltero no es algo que me espante el sueño —

— ¿Entonces…? — preguntó.

Me quedé callado por un momento, meditando la respuesta que daría. Nunca antes me había abierto de tal manera con nadie y me sabía extraño que la primera vez que lo hacía era ante un completo desconocido que, teniendo una apariencia escalofriante, de la nada me comienza a hablar de la vida en una parada de autobús casi a media noche.

— Creo que decepción — respondí cabizbajo — No soy una persona suicida, pero permito que dentro de mí se alberguen los pensamientos más negativos. Estoy decepcionado de la vida. Me encuentro decepcionado de tantas cosas. Y no me refiero a cosas que perfectamente puedo cambiar; como mi peso, mi alimentación, mi religión, mi actitud, mi reputación, mi estudio, mi trabajo, mi pareja, mi círculo social…—

— ¿Tus vicios? — me interrumpió.

— Sí, mis vicios también — proseguí — Me refiero a cosas imposibles que difícilmente pueden ser cambiadas por una sola persona. Es de ser muy entusiasta e iluso el pretender cambiar uno solo cosas como la pobreza, como el desempleo, como las enfermedades, reducir los índices de violencia, de corrupción. No sabes lo avergonzado que me siento de pertenecer a la humanidad, a esta raza que paulatinamente ha ido acabando con su propio planeta, con su propia raza. Me llena de coraje e impotencia el saber que diariamente ocurren robos, asesinatos y violaciones, y que no puedo estar allí para impedirlo. Que los niños pasan penas innecesarias, que no les podamos legar un mejor futuro. Que los animales y las plantas sufran a causa nuestra. Cómo quisiera acabar con el hambre en los países más pobres, acabar con los conflictos bélicos entre naciones, acabar con las ridículas peleas entre religiones, pero son temas que solo gente poderosa puede tratar. Esas personas… esas personas forradas de dinero y poder, que no les importa un carajo nadie más que ellos, que solo velan por sí mismas, que le aseguran un futuro próspero únicamente a sus generaciones, que cuando les toca ver por los demás se hacen de brazos cruzados, de ojos ciegos y de oídos sordos. A una persona como yo, únicamente le corresponde apretar los puños y aguantarse las ganas. Sé que estoy metiendo muchos temas a la olla, pero soy una persona pensadora, consciente de que pensar demasiado las cosas puede conducir a la depresión. Sé que pensarás que todo lo que te acabo de decir no son más que excusas baratas para justificar mi alcoholismo —

— En efecto, hablas del ciclo interminable; sin familia no hay valores, sin valores hay corrupción,  si hay corrupción hay pobreza, si hay pobreza no hay educación,  si no hay educación hay desempleo, si hay desempleo hay delincuencia y si hay delincuencia no hay familia — meditó — Únicamente deduzco que eres de esos borrachos que cuando el efecto del alcohol en su organismo llega a su máximo apogeo, comienza a dilucidar y filosofar sobre cualquier tema que se le atraviese por la mente —

— ¡No es así! — respondí con ahínco ante su burla — No soy una persona egoísta. Se le llama empatía, cualidad que a muchas personas les falta en estos tiempos —

— Es decir, que la principal razón por la que bebes es porque el mundo no es el lugar ideal para vivir, ¿correcto? —

— Tengo problemas, lo reconozco — dije tras unos segundos — Sé que necesito ayuda profesional, que la bebida no resolverá absolutamente nada. Es solo que… creo que no le tengo tanto aprecio a la vida. Vuelvo y te repito que no soy una persona con tendencias suicidas, o al menos no por ahora, pero si un camión me atropella y acaba con mi miseria, no pasaría nada —

— Ten cuidado con lo que deseas — dijo mientras se aclaraba la garganta — Te diré algo que no me corresponde a mí, porque he pasado ya tantas veces por este lugar. La vida no es un camino fácil, encontrarás baches, muchos baches. Y si tú no puedes arreglar ese bache, únicamente te queda rodearlo y seguir con tu camino, pues hay gente detrás que también quiere pasar. La vida será tan mierda como así tú lo desees. Este no es un lugar perfecto, pero puedes hacer que tu vida y la de los tuyos se acerque lo más posible a la perfección. No caigas en falacias ni en doblemoralismos, sé consciente de tus actos y de tus palabras, y verás cómo estarás satisfecho de que, por lo menos tú, habrás cumplido con tu parte de hacer de este mundo algo mejor. Aférrate a tus sueños, a tu Dios si es que crees en uno. No te aferres a las cosas ni a las personas, por mucho que las ames, tú viniste a este lugar solo y te irás solo —

— Hablas como si fueses un predicador experimentado — dije mientras intentaba divisar su rostro en medio de la oscuridad — ¿Cómo te llamas? —

El hombre no respondió. Comenzó a apoyarse en su singular bastón con ambas manos, intentando levantarse con notoria dificultad. “¿Ya te vas?” le pregunté, y casi como un acto reflejo, me puse de pie, me acerqué y amablemente lo tomé del brazo para ayudarlo a incorporarse. En ese preciso momento sentí cómo las yemas de mis dedos se encontraron tras rodear su brazo. Confundido elevé mi mirada buscando la suya, y lo que vi a continuación me dejó paralizado de miedo. Estaba frente a frente con la muerte; no podía despegar la mirada de sus cuencas vacías, esa profunda oscuridad que me absorbía. Sus dientes expuestos parecían que me sonreían maniáticamente todo el rato. Yo temblaba, sentía muchísimo frío. Jamás en mi vida había experimentado tanto terror, tanto miedo, tanto pánico como aquella noche. El ambiente emanaba una corriente gélida, las energías pesadas y negativas se apoderaron del sitio. Temía por mi vida y mi cuerpo inerte no respondía a lo que mi mente le ordenaba desesperadamente; escapar.

— ¿Me llevarás contigo? — logré cuestionar a tono bajo y entre titubeos.

Inmediatamente ese ser me tomó por el cuello con una mano y me levantó denotando una fuerza sobrehumana. Me elevó por encima de sus casi dos metros y medio, y me sostuvo así durante varios segundos. Segundos que parecían eternos. Estaba impactado, anonadado de cómo mis pies se despegaron de la tierra tan súbitamente y me dejara suspendido en el aire mientras mi respiración disminuía lentamente. Sus ásperos y esqueléticos dedos se incrustaron en mi garganta y experimenté una sensación de quemadura en el cuello. No hacía falta ser un genio ni tener un espejo para saber que mi tono de piel se tornó cambiante a medida que pasaban los segundos.

— He pasado por este lugar tantas veces — sus palabras fueron más pausadas y con un tono más grueso y diabólico mientras me hacía “levitar” — No pienso llevarme a alguien que directa o indirectamente desea morir. Eso no es divertido. Terminarás tu miserable, cruel y dolorosa estadía en la vida hasta que logres encariñarte con ella. Y cuando eso pase, te la arrebataré. Sin previo aviso, sin que me veas venir, simplemente sucederá —

La muerte entonces aventó mi cuerpo cual muñeco de trapo fuera, haciendo que atravesara el cristal que fungía como una de las paredes de aquella maldita parada de autobús, para luego caer pesadamente contra la dureza del pavimento. No pude ni siquiera meter las manos para protegerme, de mi cabeza comenzó a brotar ese líquido rojizo y coagulable, el cual escurría y se deslizaba en forma de goteo por todo mi rostro. Quedé noqueado. Poco a poco fui perdiendo el conocimiento hasta quedar totalmente inconsciente…   

Me desperté por unos instantes sobre una camilla y recibiendo oxígeno. Aún no asimilaba las cosas, únicamente observaba estúpidamente el techo del interior de la ambulancia. Me sentía aturdido, y el estruendoso ruido de la sirena no ayudaba. Uno de los paramédicos se percató de ello y se acercó a mí.

— ¡Gracias a Dios! — exclamó — Hubiésemos llegado un poco más tarde y ya no la cuentas, amigo —

El sujeto me salvó la vida y se restó méritos para dárselos a Dios, no entendía nada. Después de lo que presencié, no sabía en qué creer. No sé ni siquiera si tendré la suficiente cordura para afrontar los años que me quedan. El manicomio puede ser el lugar ideal para mí. El dolor en mi cabeza hizo que llevara mi mano a mi frente. La tenía vendada, al igual que mi cuello.

— Creemos que un vehículo te aventó a gran velocidad y te hizo atravesar el cristal, pero eso se revelará cuando revisemos las cámaras de seguridad — me dijo — Perdiste demasiada sangre. Es verdaderamente un milagro que estés vivo. Parece que alguien desea que permanezcas entre nosotros un tiempo más —

Volví a quedarme dormido. Y, bueno, el resto es historia. Me recuperé tras un par de días de internamiento hospitalario. La preocupación y la angustia de mis familiares y conocidos fue tal, que luego de tan traumático suceso decidí por fin recibir ayuda profesional para tratar mi enfermedad. Decidí cambiar, decidí dejarme de excusas y justificaciones. Dejé atrás el alcoholismo para adentrarme en el mundo del insomnio. Las recurrentes pesadillas me atormentaban y acosaban sin misericordia, y versaban siempre sobre lo mismo. Lo rescatable es que no enloquecí. Han pasado ya tres años después de aquella… de aquél… no sé cómo definirlo, no me gusta recordarlo. Actualmente tengo una amorosa esposa a la cual amo con todo mi ser, dos hermosos hijos que son mi motor, un cálido hogar, un trabajo estable, estoy asistiendo a la iglesia. Me decidí por vivir bien la vida, enfocándome en lo bueno que me provee, colaborando con el cambio hasta donde mis recursos y energías me lo permitan. Dejé atrás esa vida de vicios, corté todos aquellos vínculos que no me aportaban nada bueno. Puede ser una decisión dura y difícil, pero necesaria al final del día.

Nunca llegué a contarle a nadie lo que realmente pasó. Es decir, ni siquiera sé si eso fue lo que realmente pasó. Semanas después del incidente pude corroborar las imágenes que grabó la cámara de seguridad, pude ver con mis propios ojos el metraje de aquella noche, donde efectivamente un camión negro me impactó y me hizo volar por los aires, haciéndome atravesar ese muro de vidrio. Un camión, el cual se dio a la fuga y del cual no se supo nada más, ni siquiera se pudieron tomar los números de placa. Nada. Como si la misma tierra se lo hubiera tragado sin dejar rastro alguno. Cualquiera diría que pudo haberse tratado de alguna escena ficticia que mi imaginación refundida en el alcohol creó, pero no, estoy seguro de lo que vi. Después de ese día, en el que sostuve una conversación de la vida con la muerte, comencé a valorar lo que soy y lo que tengo, lo que fui y lo que tuve, y lo que puedo llegar a ser y tener. Temiendo que, cualquier día, pueda voltearme y que ese monstruo, ese espectro, ese ente, ese ser, ese demonio, esté allí… ahora sí, esperando por mí, listo para llevarme, y que ahora sea yo el que no esté dispuesto a irme.        

 


 

viernes, 29 de mayo de 2020

En tiempos de encierro


            "Hola, Sofía. Una persona muy amablemente me ha prestado su computadora para poder escribirte esta carta. Personalmente hubiese preferido lápiz y papel. A mí eso de la tecnología nunca se me ha dado, ya sabes que yo estoy muy chapado a la antigua. Pero los tiempos cambian, la humanidad avanza y con ello ha surgido esta forzada adaptación a las nuevas herramientas. 


¿Cómo has estado mi amor? Quisiera poder abrazarte. Ir hacia donde te encuentres y decirte lo mucho que te quiero, lo mucho que te extraño, lo mucho que me haces falta. Daría lo que fuera por pasar un día más a tu lado. Pero la situación actual es complicada. Es increíble cómo la distancia puede llegar a ser tan justa como injusta al mismo tiempo. Mi corazón se arruga terriblemente cada que pasan los días y sigo sin verte. Me han comentado que esta situación, lejos de mejorar, empeorará cada día un poco más, y temo que la última vez que nos vimos haya sido, en efecto, la última. Me niego a aceptarlo, siento cómo un centenar de lágrimas brotan de mis ojos cada que imagino tu rostro, tu bello rostro...

Ayer pensé en ti, y me vinieron a la mente un par de memorias... Las veces que íbamos al cine, las veces que te llevaba a casa tu comida favorita, las veces que jugábamos como niños hasta terminar cansados... Lo difícil que fue para mí descifrar todos tus gustos... Lo caprichosa y berrinchuda que podías llegar a ser, lo celosa y sentida que te ponías cuando no te prestaba la atención que querías... El dulce sonido de tu risa, lo inteligente y analítica que eras al hablarme de cualquier cosa, lo consciente y considerada que eras cuando no tenía el dinero o los medios suficientes para complacerte, la creatividad que derrochabas al obsequiarme cualquier detalle, por pequeño que fuera... Recuerdo cuando íbamos a la playa cada que podíamos; cómo me tomabas de la mano mientras tus pies se llenaban cada vez más y más de arena, cómo corría mientras te cargaba, pues eres más liviana que una pluma, y nos aventábamos juntos al mar, tú tan aferrada a mí, pues no sabías nadar... Recuerdo cómo asistíamos a la feria y yo reía al ver tu rostro inundado de miedo en cada atracción, aunque sabías perfectamente que yo no te iba a soltar, y al decírtelo, en tu rostro se dibujaba una inefable sonrisa, esa sonrisa de extremo a extremo que tanto me encanta, esos camanances que se hacían notar y que me tenían hipnotizado... Recuerdo tus gritos y cómo la vida se te escapaba al enterarte que tu madre había fallecido en aquél fatal accidente, y cómo mi hombro recogía tu inconsolable llanto... Nunca olvidaré la inmensa felicidad que recorría tu cuerpo cuando decidimos adoptar a aquella perrita de la calle, de cómo jugábamos con ella, de cómo le celebrábamos su cumpleaños, de cómo los doctores le pronosticaron poco tiempo de vida y, a pesar de eso, no nos desentendimos de ella y nos encargamos de que tuviera una vida llena de amor hasta el día de su partida, recuerdo cómo estuviste a su lado hasta su último aliento... Recuerdo y agradezco lo paciente que has sido conmigo pese a saber que tenía mis problemas con el alcohol, y que, en más de alguna ocasión, pude haberte lastimado... Bueno, en realidad, es difícil discernir si fueron momentos del todo reales o simplemente un producto de mi imaginación. De cualquier modo, estaba contigo... yo era feliz.  


La gente de este edificio no me deja salir. No dejan salir a nadie, de hecho. Únicamente dejan entrar a ciertas personas, cuyas visitas son en todo momento supervisadas y con un límite de tiempo. Mi contacto con el exterior es meramente visual y a través de las persianas. Vivo esperanzado en que la próxima persona en cruzar la puerta de entrada seas tú, mi amor, pero no quisiera arriesgarte a este infierno. Jamás te pediría que vinieras si no te encuentras en la disponibilidad para hacerlo, no soy egoísta. Tengo bien en claro que pese a la distancia existe un fuerte sentimiento que nos une. 


Jamás en mi vida llegué a pensar que algún día llegaría a atestiguar algo como esto. Quizás en mi interior sabía que no era algo imposible de suceder, pero henos aquí. Uno apenas comienza a valorar a las personas, a las cosas, a la vida en general, cuando lo ve todo perdido, o cuando se encuentra a una nada de perderlo todo. En mi caso es lo segundo; extraño mi hogar, mis mascotas, mi trabajo, mis amigos, mi libertad, poder manejar, poder salir a la hora que quisiera sin que nadie me dijera nada, sin que nadie me buscara. Extraño tu afecto, tus besos, tus abrazos, tu cariño... Extraño contemplar por horas y horas tus fascinantes ojos grisáceos...


Me siento atrapado, confinado. Esto pareciera ser una cuarentena vitalicia. A cada segundo que pasa, siento que voy perdiendo la cordura. Siento que estoy enloqueciendo, que me voy desconociendo. ¿Crees que así se sentirán los animales dentro del zoológico? Difiero de la gente que dice que esto es un encierro, cuando realmente son dos: el físico y el mental. Encontrarte atrapada dentro de tu propia cabeza es una de las peores cárceles en las cuales puedes estar. Paradójicamente ahora que tengo más tiempo libre, es cuando menos cosas hago. Intento hablar e interactuar con la gente, pero el contacto es mínimo. Me han ofrecido revisar las estadísticas de esta miserable enfermedad, los casos que se registran a la fecha, pero me he negado... cada vez que veo noticias referentes al tema, alejo la mirada y me tapo los oídos, no quisiera deprimirme aún más. Es triste saber que como humanidad no contamos aún con una cura definitiva, que existen tratamientos, pero nada que te garantice un escaparate seguro a la muerte. No podemos culpar al gobierno de todo lo malo que nos pasa, cuando nosotros como humanos nos deshumanizamos los unos con los otros.


Me altero con el simple hecho de pensar que soy portador de esta enfermedad y no saberlo. Esto, sin lugar a dudas, vino a cambiarme la vida. Mi mundo se me cae a pedazos y yo, no puedo dejar de pensar en ti, Sofía...


Sé que no ha pasado mucho tiempo desde que todo esto comenzó, pero siento que ya no me recuerdo de ti. Así que, si llegas a leer esto, por favor, respóndeme. Te aseguro que me harías muy feliz. Quiero que me cuentes cómo has estado, qué has hecho, cómo está tu madre, ¡Quiero que me lo cuentes todo con lujo de detalle! 


Debo admitir que esta carta la he estado escribiendo en varios días, unos amigos me han estado sugiriendo qué palabras utilizar. Y es que soy muy torpe para esto, lo sabes. Sólo quiero que tengas algo para recordarte de mí mientras todo esto pasa. Por eso hoy, veinticuatro de julio del dos mil seis, te he escrito esta pequeña cartita. De antemano me disculpo si en algún momento de esta carta notaste algún desvarío en mis palabras, pero cada que intentaba seguir escribiendo, el doctor me interrumpía para darme mis medicinas. Él dice que estoy muy bien, que mi Alzheimer sigue estando en su fase leve, pero que no me descuide pues es algo impredecible. Sofía, hija mía, han pasado ya dos años desde que te vi por última vez. Dos años ya, desde el día en que me trajiste a este nuevo hogar. 


Sé que seguramente habrás estado muy ocupada durante este tiempo, siempre fuiste una chica muy atareada. Pero me harías muy feliz si llegas a contestarme. Yo, por mi parte, seguiré insistiendo y resistiendo hasta donde mis barreras me dejen hacerlo. Es duro verme en el espejo cada mañana mientras estoy semiconsciente de lo que me está pasando, de mi continuo deterioro. El otro día soñé cómo un joven, quien desde muy chico comenzó a consumir drogas y a unirse a pandillas, me dijo, con un tono de voz arrepentido, que envidiaba mi condición... es irónico, ¿no lo crees? También sé que llegará el día en que te olvide, tal y como tú te has olvidado de mí, pero yo te seguiré queriendo hasta donde mis fuerzas den. 


Te deseo todo lo mejor del mundo, infinitas bendiciones y muchísimos éxitos. Si me necesitas, sabes bien en dónde buscarme.


Atentamente,

Tu padre, que te quiere mucho.






domingo, 2 de febrero de 2020

LA PISCINA OSCURA


Las famosas crisis existenciales. Esa piscina oscura de emociones al que nos lanzamos sin motivo aparente. Nos engañamos al decir que queremos salir de ellas, cuando en realidad lo único que hacemos es adentrarnos al meollo, ahondamos y no encontramos absolutamente nada. Lo peor del asunto, es que ya sabemos que no encontraremos absolutamente nada. Esa sensación de estar a punto de desentrañar algo, pero nos bloqueamos mentalmente. Nos topamos contra esa pared, ese muro que nos dice: "Te estás yendo muy lejos, regresa a tu realidad". Es natural (e incluso necesario) cuestionarnos todo. El problema radica en el momento en que llegamos a dudar de nosotros mismos; "¿Quién soy?", "¿Por qué estoy aquí?", "¿Para qué hago lo que hago?", "¿Hacia dónde debo ir?". Cuestionamientos que a la larga nos transforman en personas tristes, depresivas. Nos inhiben de la felicidad en tanto no salgamos de esa tétrica piscina.

Es cuanto menos curioso y un tanto deprimente el saber reconocer que con el paso del tiempo la percepción de la vida se vuelve insípida, se inunda de crudeza, se torna grisácea tras perder buena parte de sus colores y que no hay vuelta atrás. Justificamos insistentemente nuestra amargura y nuestras palabras hirientes como dardos, bajo esa fachada a la que llamamos -realismo-. Esa amalgama que reúne la creatividad e inocencia tan propia de los niños resulta ser algo tan inexpugnable tras sobrepasar cierta edad. Ya no hay vuelta de hoja y lo sabes.

Es inevitable crecer y es imposible no aprender de la vida. Y a medida que creces y aprendes, más lúgubre es tu tolerancia por todo lo que te rodea. Duele abrir los ojos; pero pronto comprendes que era un dolor necesario el aceptar todo aquello que un día se te intentó ocultar. Te das cuenta que los seres humanos no son tan buenos después de todo, que el mundo gira gracias al dinero, que la religión mueve a las masas, que las injusticias están a la orden del día y muchas otras cosas que desearías nunca haber sabido. Tu imaginación de niño, tan intacta, tan impecable, se ve brutalmente distorsionada tras recibir toda esa información. Sabes que no volverás a pensar igual después de todo eso.  

También sabes lo mucho que darías por volver a pensar como un niño; una imaginación libre de violencia, sexo, carente de lo que ahora llamamos “realidad”. Una imaginación que por sí sola trataba de descifrar la vida, con una creatividad increíblemente plasmable en cualquier aspecto. Yo personalmente creía que cada par de ojos tenían una visión única; que, así como tus ojos ven a tu mamá o a tu papá, los ojos de alguien más los veía de otra manera, con otros atributos físicos. Tu podías ver a tu pareja como el más galán o la más hermosa, mientras que el/ella se miraba en el espejo de una manera diferente, quizás como alguien que no te merece, o quizás como alguien que se siente demasiado para ti. Claro que esto último no es algo que esté demasiado alejado de la realidad, pero, ¿te imaginas? Ver a una despampanante pelirroja de ojos verdes, mientras que tu amigo la ve rubia de ojos azulados, siendo que ella en su espejo de bolso se refleja como una morena de ojos pardos. ¿Y tú? ¿Recuerdas algo que ingenuamente solías creer de niño? Algo tan irreal, pero a la vez algo tan curioso que despierta el morbo de verlo real.

Es una afirmación irrefutable decir que las mentalidades de niño están destinadas a ser corrompidas cuando la vida nos ordena crecer. Nuestras metas, propósitos, sueños, gustos y talentos persistirán, pero la madurez toca la puerta tarde o temprano, y es imperativo recibirla. Lo más frustrante de crecer es sentir en carne y hueso la sensación de la impotencia; la impotencia de creer que no podemos ser todo aquello que soñábamos ser debido a distintos factores y optar por el  conformismo (podemos ser lo que queramos con esfuerzo y apoyo. Piensa un instante: si es tu vida, ¿por qué hacer lo que otros quieren?), la impotencia de querer cambiar al mundo y no poder hacerlo por nuestra propia cuenta (no podemos cambiar todo el mundo, pero sí podemos cambiar nuestro mundo o el mundo de alguien más), la impotencia de querer ayudar a todo el mundo y descubrir que no es una tarea que pueda llevarla a cabo una sola persona. La impotencia es una de las peores sensaciones del mundo que podemos llegar a conocer.

Pero no todo es malo, aunque así parezca. Crecer conlleva priorizar. Crecer lleva arraigada la necesidad de volvernos selectivos con nuestras amistades, con nuestras relaciones. Parecerá egoísmo, pero crecer significa buscar aquello que nos brinde la paz mental que tanto necesitamos, desechar la toxicidad, lo que no nos edifica. Crecer es la etapa en que exteriorizaremos los valores que se nos inculcaron, en que se bifurcará el camino entre ser una buena persona y ser una persona que necesita cambiar, mejorar. Priorizar es darle color a lo que creíamos estaba descolorido, es saber diferenciar entre lo que queremos y lo que necesitamos en pro de nuestra conveniencia. Madurando es que idealizamos un mundo mejor, para ti y para los tuyos, es combatir la impotencia en equipo. Sé la diferencia.

¿Recuerdas las preguntas del inicio? No es necesario que las respondas de inmediato. Cuando menos te lo esperes, fíjate como esas preguntas ya habrán obtenido una respuesta. Y sí, conocerás de horrores y pecados, pero aprenderás a sobrevivir. Recuerda que el realismo no va ligado necesariamente con la negatividad. Levántate por encima del miedo, de tu pesimismo. Las malas experiencias forjarán tu carácter, tus días malos definirán quiénes forman parte de tu círculo y las crisis existenciales te empujarán a buscar respuestas. Teniendo la mentalidad de un niño, eres presa fácil, un bocadillo para la vida que te masticará sin mucho esfuerzo. Pero conservando parte de esa mentalidad y adoptando la fortaleza de un adulto, lograrás domar a la vida. 








sábado, 4 de enero de 2020

CALVO


Sí, soy calvo. No es ningún secreto, ni pretendía que lo fuera. Y mientras escribo esto pienso en lo ridículo que puede llegar a ser el dedicarle un blog entero a este tema en particular. Mi alopecia (maldición) comenzó alrededor de los 18 años. Roma no se construyó en un día; y evidentemente esto no fue algo que ocurrió de la noche a la mañana. Todo fue paulatino, progresivo. Cuando en los primeros días era un cabello… en unos años ya eran tres, y a medida que la cantidad aumentaba comencé a preocuparme, supe que algo no andaba bien, no consideraba normal que esto me sucediera a mi temprana edad. Es decir, siempre fui un chico que últimamente me dejaba crecer el cabello y no contemplaba para nada la idea de quedarme pelón tan joven. Me negaba a aceptarlo.

¿El principal motivo de mi caída de cabello? Genética. Soy la imagen y semejanza de mi papá. Y tarde comprendí que uno no puede ir en contra de la genética. Uno no puede remar en contra de la corriente. No se puede evitar lo inevitable, por más que uno lo desee. Ningún tratamiento, tónico, champú o combinaciones caseras fueron capaces de detener al monstruo de la genética. Dejarme el cabello corto no funcionaba tampoco. Y es que el problema en sí no era quedarme calvo, el problema es que me pasara esto tan prematuramente. Sabía que era algo que eventualmente sucedería, pero ¿por qué ahora? ¿por qué a mí?   

Confieso que inicialmente fue algo que afectó mi autoestima de una manera brutal. Me acomplejó a niveles estratosféricos. Y no por el qué dirán todas las personas a las que me podía topar en la calle, sino sólo a las que sí conocía. ¿Qué pensarán todas esas personas que alguna vez me vieron con mucho cabello… y ahora me ven en decadencia? Me jodía mucho. Me la pasaba deprimido, sabía que este cambio de look permanente iba a afectar en todo; en mi físico directamente, en cómo me verían los demás, en los estilos de vestimenta que me favorecerían más de ahora en adelante, en los cuidados que debía tomar por los rayos del sol o por el frío. Pero, en especial, sabía que lo que más tendría que soportar de aquí hasta el día de mi muerte eran las bromas o comentarios de mal gusto. (no me quejo, yo también en algún momento fui el burlista, ¿y quién no lo ha sido alguna vez?, uno cree "tener los motivos suficientes" para molestar a la otra persona). Chistes que, por si fuera poco, herían aún más mi autoestima, el cual ya estaba por los suelos y que parecía no estar próximo a levantarse. Claro que nunca refunfuñé, intentaba no prestar atención a esos comentarios, simplemente reía o sonreía mientras que por dentro sólo quería darme un tiro. Pero a veces era inútil, pasa que a veces solemos prestarle más atención a todo lo malo que nos dicen, que a lo bueno. Por ejemplo, si una foto que subimos a cierta red social alcanza diez comentarios, de los cuales nueve hablan puras cosas buenas de tu persona, mientras que el último no, al contrario, muestra cosas negativas o intenta ridiculizarte, acostumbramos a enfocar nuestra atención en ese singular comentario intentando buscar una explicación. Así de irónicos podemos llegar a ser; por preocuparnos más por las críticas destructivas que por las constructivas. El plano físico es cuanto menos curioso.

Pero, el tiempo lo cura todo dicen por ahí, eventualmente descubrí la solución a mi problema: la resignación. Con el pasar del tiempo me importaba cada vez menos la opinión de la gente, y los comentarios ofensivos, me los pasaba por el c-lo y devolvía uno peor (de todas maneras, todos tienen cola que les pisen). Después de todo, no me miraba mal. La gente tendrá que acostumbrarse a este nuevo yo. La única opinión que verdaderamente me importaba sobre mi físico, era la mía. Ya no me molestaba cuando me decían “pelón” o “calvo”, pues al final de cuentas, eso es lo que soy, ¿no? Aprendí a aceptarme como soy y como seré. Hace un par de años comencé a raparme, no iba a disimularlo... eso sería triste y hasta patético (sí uso muchas gorras y gorritos, pero quienes me conocen saben que son accesorios que ya usaba desde antes que esto detonara... son parte de mi estilo, no los uso por tratar de ocultarlo). No me considero una persona superficial con el resto, entonces ¿por qué no conmigo mismo? Quien me quiera, me querrá como soy. “Lo importante no es el físico” dirían por ahí (claro que es importante, pero no es lo más importante).

No escribo este blog únicamente para contar mi camino hacia la calvicie, lo hago además para quitarnos de una buena vez todos aquellos complejos por aspectos físicos que no se irán jamás. El primer paso hacia el éxito es la aceptación. No estoy haciendo alusión a que debamos admitir insultos, burlas o intentos de ridiculización… eso jamás; pero volvernos impermeables a comentarios del estilo: “pelón”, “chaparro”, “negro”, “chino” o cualquier otro chiste dirigido a características de tu físico que no puedes cambiar (por ello no incluí “gordo”) a menos que tengas la plata suficiente para operarte, porque, seamos sinceros, son comentarios que nos perseguirán para toda la vida. Que te resbalen, que te valgan madre, que te importen un carajo. Tú sabes lo que eres y lo que vales, no te dejes derribar tan fácilmente. Uno no puede controlar la boca de los demás, pero sí tratar de concientizar, para que la próxima vez pensemos más detenidamente cada palabra o comentario que lancemos a alguien, quizás de forma involuntariamente (o dolosa… uno nunca sabe), sin saber en lo mucho o poco que podemos llegar a influir en su autoestima. Una autoestima baja es, aunque no lo parezca, un hoyo profundo del cual cuesta salir. Suena precipitado, pero la acumulación de burlas puede conducir a personas frágiles a tomar malas decisiones. Dentro del plano físico, quiérete como eres y quiere a los demás como son.