Y aquí
estoy, solo en mi habitación… con la luz prendida, con música suave de fondo,
pero aun así escuchando al perro ladrar a lo lejos y al montón de autos bocinar
en el desesperante tránsito que caracteriza las horas pico de esta ciudad. Con
la página en blanco, dispuesto a escribir mil libros, pero… con la página en
blanco después de todo. Y es que tan consciente estoy del potencial que puedo
llegar a explotar si tan solo me dedicara a esto a tiempo completo, pero no es
así. Tan consciente estoy de que no puedo forzar mis ideas si simplemente no
encuentro la inspiración suficiente que me impulse a dar el primer paso; porque
quiero que todo lo que escriba refleje el esmero y las ganas que le he
dedicado. “Primero me tiene que gustar a mí, para siquiera pensar en que le
puede llegar a gustar a alguien más.” es mi forma de pensar. Y esa es mi “excusa”
de siempre. Y sí, entre comillas, porque es una realidad el hecho de que muchas
veces no encuentro el tiempo o las ganas para sentarme a escribir como a mí me
gusta, pero… reconozco que tampoco me esfuerzo por hacerlo. Y ese singular pensamiento
me llevó a reflexionar sobre muchos otros, entrando así en un bucle sin
sentido.
Y todo se
reduce a una palabra que mencioné anteriormente: “Consciencia”. Y no
hablaré generalidades, no puedo caer en ese terrible pecado, pero sí de la mayoría
de los casos que he observado a lo largo de mi vida, incluyéndome.
De antemano
sabemos trazar la distinción entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo
incorrecto. Pero ¿de qué nos sirve estar conscientes de ello realmente?
Somos conscientes
de que tenemos que hacer ejercicio o practicar algún deporte para conservar una
buena condición física y en resguardo de la salud. O leer, para mantener siempre
activa nuestra mente, para nutrirnos con nuevos conocimientos. Pero preferimos
dormir, procrastinar, ver televisión, jugar videojuegos, estar metido por horas
en las redes sociales. Y, ojo, que no digo que todo lo anterior sea precisamente
malo, pero ¿por qué encontramos motivación para hacer cosas que nos dejan poco
provecho por encima de las que sí nos proveen de buenas ganancias?
Lo mismo
pasa con el estudio; estamos conscientes de que si desde el primer día le echáramos
las mismas ganas que le echamos a falta de unos pocos días previo a las
evaluaciones, nuestros resultados serían otros. Somos tan conscientes de ello,
pero adoptamos una actitud de conformismo, tan acostumbrados a dejarlo todo a
última hora, para luego arrepentirnos de no haberlo hecho antes.
Estamos tan
conscientes de que deberíamos llevar una mejor alimentación, de no ingerir
tanta basura procesada, tanta azúcar, tanta sal, de beber más agua pura, pero…
aun a sabiendas de esto, preferimos la comida chatarra, las sodas, etc. Si tan
solo lleváramos una buena dieta y tuviéramos un autocontrol sobre lo que
hacemos y dejamos de hacer.
Sabemos que
el alcohol, el tabaco, las drogas, únicamente crean vicios y dependencias de
las cuales cuesta un mundo salir. Estamos conscientes de ello, sí. Pero, a la
mínima que nos invitan a hacerlo, ya sea por las influencias que nos rodean o simplemente
“por quedar bien”, lo aceptamos, y sin darnos cuenta, hemos hecho lo que
sabemos que no está bien.
No en todos
los casos es así, pero a veces estamos conscientes de que estamos hiriendo a
una persona, voluntaria o involuntariamente, o de que tal acción o tales
palabras pueden llegar a herirla, pero no movemos ningún dedo por remediarlo. A
veces disfrazamos el ser muy sincero, con ser falto de empatía. Y una vez hecha
la maldad, estamos conscientes de todo el daño provocado y que nos corresponde
a nosotros disculparnos, pero preferimos buscar cuanta palabra se nos cruce por
la mente con tal de restarnos culpabilidad.
Estamos
conscientes de que podemos dejar de lado ciertos hábitos, ciertas actitudes para
mejorar nuestra calidad como persona, a nivel personal y ante los demás. Somos
conscientes de que nuestras vidas mejorarían exponencialmente si nos alejáramos
de ciertas personas, de ciertos ambientes. A veces, incluso, sabemos y estamos
consciente de lo que necesitamos específicamente, pero sencillamente nos rehusamos
a buscarlo y a cambiar de un estilo de vida al que estamos tan arraigados desde
hace años. Tememos salir de nuestra zona de confort. Nos justificamos constantemente
diciendo o pensando “es que así soy yo”, cuando podemos llegar a ser más
que eso.
Aconsejamos
a diestra y siniestra a los demás, arrogándonos el título de psicólogos, de
profesionales en algo, estando conscientes de que no ponemos en práctica todos
los consejos que damos. En ciertas ocasiones, estamos muy conscientes de
necesitar ayuda, pero por orgullo o por miedo a ser juzgado por los demás,
preferimos actuar por cuenta propia. O, por el contrario, a veces somos
conscientes de que podemos ayudar a los demás, pero por absurdeces decidimos no
extender la mano a quien lo necesita.
Hablando de
parejas, sabemos y estamos conscientes de quiénes somos, de lo que podemos
aportar en una relación y lo que merecemos, nada inferior a ello. Tenemos claro
lo que es negociable y lo que no, lo que se debe hacer y lo que no, lo que se
debe aceptar y lo que no. Es que lo sabemos, somos completamente conscientes de
ello, no podemos alegar ignorancia, “en guerra avisada, no muere soldado”, pero
increíblemente nos traicionamos a nosotros mismos cuando aceptamos en nuestra
vida a alguien que no cumple con nuestros estándares, que es todo lo contrario
a lo que buscamos, que incluso desde mucho antes sabemos que no nos hará nada
bien. Muchas veces nos aferramos a quien queremos, y no a quien necesitamos. Bajo
las gafas del amor, se nubla la claridad y se dejan pasar por alto cosas que,
bajo una mentalidad sobria, jamás pasarían.
Estamos
conscientes de que debemos vivir y no simplemente existir. Todos existimos de
una manera única e irrepetible, y ocupamos un lugar en este gran lugar (cielo o
infierno, según la perspectiva) llamado planeta Tierra, que, a su vez, existe en
la inmensidad del infinito universo. ¿Pero realmente estamos viviendo? Es
decir, ¿toda nuestra existencia se resume en trabajar ocho horas o más al día?
En una oficina, como repartidor, frente a una computadora, para llenar los
bolsillos de alguien más, y todo para recibir una paga que en muchas ocasiones
no nos alcanza. ¿Toda nuestra existencia se reduce a una misma rutina? ¿A estar
metido horas y horas en el tránsito? ¿A “nacer, crecer, reproducirnos y
morir” como nos explicaban en Ciencias Naturales? ¿A dejar de lado nuestros
verdaderos sueños con tal de encajar y conformarnos con llevar una vida más o
menos bien? ¿A tener que lidiar con problemas de cultura, de política, de religión,
de ideologías impuestas por una sociedad? Estamos conscientes de que no es así.
También sé que todos al menos una vez en nuestras vidas hemos pensado en esto. Nuestros
padres han pensado en esto, nuestros abuelos han pensado en esto, todas
nuestras generaciones pasadas han pensado en esto, tratándose de una constante
a lo largo de la historia.
Estamos muy
conscientes de nuestro potencial, de nuestros sueños, de nuestros anhelos, de nuestras
virtudes, de nuestras habilidades, de nuestras capacidades, de nuestros talentos,
de todo lo que podemos llegar a ser si tan solo nos lo propusiéramos. Pero ¿por
qué existe un “pero”?
Entonces,
vuelvo y pregunto, ¿de qué nos sirve estar conscientes realmente? Si todo lo
que hacemos y dejamos de hacer, de decir o de pensar, nos queda guardado en la consciencia
y nos perseguirá hasta al último de nuestros días. ¿Acaso la única función de
la consciencia, además de hacernos percibir la realidad y reconocernos en ella,
es enorgullecernos de las cosas que hacemos bien y provocarnos un fuerte bajón
por las cosas que no hacemos o que hacemos mal?
No hay comentarios:
Publicar un comentario