viernes, 5 de noviembre de 2021

¿ERES CONSCIENTE?


Y aquí estoy, solo en mi habitación… con la luz prendida, con música suave de fondo, pero aun así escuchando al perro ladrar a lo lejos y al montón de autos bocinar en el desesperante tránsito que caracteriza las horas pico de esta ciudad. Con la página en blanco, dispuesto a escribir mil libros, pero… con la página en blanco después de todo. Y es que tan consciente estoy del potencial que puedo llegar a explotar si tan solo me dedicara a esto a tiempo completo, pero no es así. Tan consciente estoy de que no puedo forzar mis ideas si simplemente no encuentro la inspiración suficiente que me impulse a dar el primer paso; porque quiero que todo lo que escriba refleje el esmero y las ganas que le he dedicado. “Primero me tiene que gustar a mí, para siquiera pensar en que le puede llegar a gustar a alguien más.” es mi forma de pensar. Y esa es mi “excusa” de siempre. Y sí, entre comillas, porque es una realidad el hecho de que muchas veces no encuentro el tiempo o las ganas para sentarme a escribir como a mí me gusta, pero… reconozco que tampoco me esfuerzo por hacerlo. Y ese singular pensamiento me llevó a reflexionar sobre muchos otros, entrando así en un bucle sin sentido.

 

Y todo se reduce a una palabra que mencioné anteriormente: “Consciencia”. Y no hablaré generalidades, no puedo caer en ese terrible pecado, pero sí de la mayoría de los casos que he observado a lo largo de mi vida, incluyéndome.

 

De antemano sabemos trazar la distinción entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto. Pero ¿de qué nos sirve estar conscientes de ello realmente?

 

Dime la verdad...

Somos conscientes de que tenemos que hacer ejercicio o practicar algún deporte para conservar una buena condición física y en resguardo de la salud. O leer, para mantener siempre activa nuestra mente, para nutrirnos con nuevos conocimientos. Pero preferimos dormir, procrastinar, ver televisión, jugar videojuegos, estar metido por horas en las redes sociales. Y, ojo, que no digo que todo lo anterior sea precisamente malo, pero ¿por qué encontramos motivación para hacer cosas que nos dejan poco provecho por encima de las que sí nos proveen de buenas ganancias?

 

Lo mismo pasa con el estudio; estamos conscientes de que si desde el primer día le echáramos las mismas ganas que le echamos a falta de unos pocos días previo a las evaluaciones, nuestros resultados serían otros. Somos tan conscientes de ello, pero adoptamos una actitud de conformismo, tan acostumbrados a dejarlo todo a última hora, para luego arrepentirnos de no haberlo hecho antes.

 

Estamos tan conscientes de que deberíamos llevar una mejor alimentación, de no ingerir tanta basura procesada, tanta azúcar, tanta sal, de beber más agua pura, pero… aun a sabiendas de esto, preferimos la comida chatarra, las sodas, etc. Si tan solo lleváramos una buena dieta y tuviéramos un autocontrol sobre lo que hacemos y dejamos de hacer.

 

Sabemos que el alcohol, el tabaco, las drogas, únicamente crean vicios y dependencias de las cuales cuesta un mundo salir. Estamos conscientes de ello, sí. Pero, a la mínima que nos invitan a hacerlo, ya sea por las influencias que nos rodean o simplemente “por quedar bien”, lo aceptamos, y sin darnos cuenta, hemos hecho lo que sabemos que no está bien.

 

No en todos los casos es así, pero a veces estamos conscientes de que estamos hiriendo a una persona, voluntaria o involuntariamente, o de que tal acción o tales palabras pueden llegar a herirla, pero no movemos ningún dedo por remediarlo. A veces disfrazamos el ser muy sincero, con ser falto de empatía. Y una vez hecha la maldad, estamos conscientes de todo el daño provocado y que nos corresponde a nosotros disculparnos, pero preferimos buscar cuanta palabra se nos cruce por la mente con tal de restarnos culpabilidad.

 

Estamos conscientes de que podemos dejar de lado ciertos hábitos, ciertas actitudes para mejorar nuestra calidad como persona, a nivel personal y ante los demás. Somos conscientes de que nuestras vidas mejorarían exponencialmente si nos alejáramos de ciertas personas, de ciertos ambientes. A veces, incluso, sabemos y estamos consciente de lo que necesitamos específicamente, pero sencillamente nos rehusamos a buscarlo y a cambiar de un estilo de vida al que estamos tan arraigados desde hace años. Tememos salir de nuestra zona de confort. Nos justificamos constantemente diciendo o pensando “es que así soy yo”, cuando podemos llegar a ser más que eso.

 

Aconsejamos a diestra y siniestra a los demás, arrogándonos el título de psicólogos, de profesionales en algo, estando conscientes de que no ponemos en práctica todos los consejos que damos. En ciertas ocasiones, estamos muy conscientes de necesitar ayuda, pero por orgullo o por miedo a ser juzgado por los demás, preferimos actuar por cuenta propia. O, por el contrario, a veces somos conscientes de que podemos ayudar a los demás, pero por absurdeces decidimos no extender la mano a quien lo necesita.

 

Hablando de parejas, sabemos y estamos conscientes de quiénes somos, de lo que podemos aportar en una relación y lo que merecemos, nada inferior a ello. Tenemos claro lo que es negociable y lo que no, lo que se debe hacer y lo que no, lo que se debe aceptar y lo que no. Es que lo sabemos, somos completamente conscientes de ello, no podemos alegar ignorancia, “en guerra avisada, no muere soldado”, pero increíblemente nos traicionamos a nosotros mismos cuando aceptamos en nuestra vida a alguien que no cumple con nuestros estándares, que es todo lo contrario a lo que buscamos, que incluso desde mucho antes sabemos que no nos hará nada bien. Muchas veces nos aferramos a quien queremos, y no a quien necesitamos. Bajo las gafas del amor, se nubla la claridad y se dejan pasar por alto cosas que, bajo una mentalidad sobria, jamás pasarían.

 

Estamos conscientes de que debemos vivir y no simplemente existir. Todos existimos de una manera única e irrepetible, y ocupamos un lugar en este gran lugar (cielo o infierno, según la perspectiva) llamado planeta Tierra, que, a su vez, existe en la inmensidad del infinito universo. ¿Pero realmente estamos viviendo? Es decir, ¿toda nuestra existencia se resume en trabajar ocho horas o más al día? En una oficina, como repartidor, frente a una computadora, para llenar los bolsillos de alguien más, y todo para recibir una paga que en muchas ocasiones no nos alcanza. ¿Toda nuestra existencia se reduce a una misma rutina? ¿A estar metido horas y horas en el tránsito? ¿A “nacer, crecer, reproducirnos y morir” como nos explicaban en Ciencias Naturales? ¿A dejar de lado nuestros verdaderos sueños con tal de encajar y conformarnos con llevar una vida más o menos bien? ¿A tener que lidiar con problemas de cultura, de política, de religión, de ideologías impuestas por una sociedad? Estamos conscientes de que no es así. También sé que todos al menos una vez en nuestras vidas hemos pensado en esto. Nuestros padres han pensado en esto, nuestros abuelos han pensado en esto, todas nuestras generaciones pasadas han pensado en esto, tratándose de una constante a lo largo de la historia.

 

Estamos muy conscientes de nuestro potencial, de nuestros sueños, de nuestros anhelos, de nuestras virtudes, de nuestras habilidades, de nuestras capacidades, de nuestros talentos, de todo lo que podemos llegar a ser si tan solo nos lo propusiéramos. Pero ¿por qué existe un “pero”?

 

Entonces, vuelvo y pregunto, ¿de qué nos sirve estar conscientes realmente? Si todo lo que hacemos y dejamos de hacer, de decir o de pensar, nos queda guardado en la consciencia y nos perseguirá hasta al último de nuestros días. ¿Acaso la única función de la consciencia, además de hacernos percibir la realidad y reconocernos en ella, es enorgullecernos de las cosas que hacemos bien y provocarnos un fuerte bajón por las cosas que no hacemos o que hacemos mal?




No hay comentarios:

Publicar un comentario