Ricardo Barbieri era el típico sujeto de aspecto rudo y amenazante, de estatura media alta, barba y bigote impecables, su piel estampada a más no poder, de mirada imponente y al mismo tiempo intimidante, y que a vísperas de rozar sus cuatro décadas de estancia en vida se conservaba en un estado físico francamente envidiable. De ascendencia italo-argentina, nunca supo lo que era la crisis económica ni la ausencia de platos de comida en la mesa. Tuvo una niñez y adolescencia demasiado cómoda; estudios del más alto nivel y prestigio que el dinero de sus padres podía costear, chef y conductor privados, vestimentas de diseñador. El que fuera su hogar estaba repleta de lujos, autos carísimos, piscina, gimnasio casero, extensos jardines, tecnología de punta, equipo y personal de seguridad, por resaltar lo más destacable dentro del casi interminable inventario de bienes que tan solo el tráfico de drogas y armas al que se dedicaban sus progenitores podía justificar.
Pese a lo anterior,
"Ricky", como lo apodaba todo el mundo, odiaba y se rehusaba a ser el
hijo de mami y papi. Detestaba con todas sus fuerzas ser el hijo consentido, el
niño mimado. Al cumplir la mayoría de edad, y en plena rebeldía, tomó la súbita
decisión de unirse a las filas del ejército, carrera que dejó inconclusa a
cuatro años de su ingreso. Existía una evidente dicotomía entre sus superiores,
toda vez que, a pesar de que Ricky siempre sobresalió en las evaluaciones
físicas así como en el uso y manejo de armamento militar, lo calificaban como
un joven problemático debido a su carácter tan temperamental y conflictivo. No
se lograba discernir si no entendía o simplemente tenía cero tolerancia hacia
las ironías y/o sarcasmos de sus compañeros cuando bromeaban respecto a su
estatus social (debiendo soportar periódicamente y de forma despectiva
comentarios al estilo de: "¿qué haces aquí?, tú ya tienes la vida
arreglada"). Todo empeoró cuando el foco de las bromas se centró en el
hecho de la detención de sus padres, envolviéndose en múltiples discusiones que
generalmente acababan en riñas y disputas en las que siempre resultaba
maltrecho. Por lo que, al no contar con la suficiente disciplina, con la
templanza y la voluntad necesaria dentro de la milicia, su mala valoración le
costó la expulsión a tan solo un par de años de graduarse.
El rencor, la ira, el odio y la
impotencia se apoderaron de él a tal punto, que cuando finalmente retornó a su
mansión, procedió a despedir sin misericordia a la totalidad del personal que
laboraba en ella, sin importarle nada en lo absoluto. Asimismo, y de forma
gradual, se fue deshaciendo la fortuna de sus padres. Ricardo estaba sumamente
molesto, no quería saber nada relacionado a su familia. Él quería estar
completamente solo, y lo logró.
Estaba firmemente convencido de
que las personas malas merecían cosas malas. Que si sus padres se estaban
pudriendo en prisión, era porque se lo merecían y que por esa misma razón no
movería ni un solo dedo por ellos. Se volvió fiel creyente de la justicia, así
fuese por mano propia. Durante los próximos meses se dedicó a emboscar a sus ex
compañeros, culpables de ejercer sobre él un constante acoso durante sus días
de militar, y quienes indirectamente provocaron su posterior expulsión. Tenía
contactos dentro del cuartel, quienes le informaban sobre los días y horas en
que ellos saldrían a las calles de la ciudad, y cuando los encontraba solos,
les propiciaba la golpiza de sus vidas, dejando a varios de ellos al borde de
la muerte. Descargó todo su coraje de esta manera y jamás lo pillaron.
Dichas acciones le provocaron
sensaciones positivas, reconfortantes. El lastimar a las personas que él
consideraba como malas, le hizo creer que estaba haciendo un bien en su vida y
en la de los demás. Quería dedicarse única y exclusivamente a eso. Convirtió en
negocio lo que empezó como un desahogo. Al poco tiempo, se transformó en un
asesino a sueldo. Pero no uno que entra dentro de lo que tristemente podríamos
definir como "lo convencional", sino que era más bien un asesino de
gente mala. No confiaba en la reinserción social, se dedicó por años a acabar con la vida de asesinos, sicarios, ladrones, estafadores, secuestradores, violadores, políticos corruptos y, en general, gente indeseable. Se convirtió en el "fumigador" de una de las peores plagas de este mundo, de la escoria humana. Su sicariato estaba perfectamente organizado, tanto en logística,
como en transporte. No podían existir cabos sueltos. El margen de error era
nulo. Más no era ningún crédulo; cuando un cliente se ponía en contacto con él
solicitando sus servicios, Ricky realizaba una muy minuciosa investigación de
forma previa, tanto sobre el requirente como en su potencial objetivo, para
determinar y concluir si este último es realmente acreedor de un escarmiento.
Muchas veces tomaba los casos, y muchas otras los botaba al establecer que la
persona no es el monstruo que le estaban pintando.
Se volvió en un experto en la
materia. Cobraba cantidades fuertes de dinero "por encargos". Su
contacto con los clientes nunca se daba de forma directa. Llevaba consigo
muchísimos teléfonos desechables, de un solo uso y con filtros de voz, para evitar
ser reconocido, intervenido, detectado o rastreado por elementos de la policía.
Y es así, pues, como en uno de
sus tantos encargos optó por contratar a un ayudante, quien lo asistiera en
cualquier cosa que necesitara. Jordán Cruz parecía encajar perfectamente en dicho
perfil; un tipo joven, atento, extremadamente discreto, dispuesto a todo, y
quien externaba una profunda admiración y respeto por la trayectoria y los
fines de Ricardo Barbieri.
— ¿Qué tenemos para hoy? — dijo
Jordán, rompiendo el hielo tras dos horas de silencio, mientras conducía por
una ruta en medio del bosque — ¿Qué tanto sabemos del objetivo? —
— Todo — dijo Ricardo, luego de
suspirar — Gabriel Melaza. Sesenta y un años. Su esposa me comentó que el hijo
de perra abusó de su hija, quien es hijastra de Gabriel — decía a medida que
iba encendiendo un cigarro — De acuerdo a los documentos a los que accedí,
pasará el fin de semana en una cabaña a orillas del lago. Supongo que con su
amante. Nosotros nos situaremos y acamparemos a una buena distancia del lugar,
y cuando reciba la instrucción de Gloria, su esposa, jalaré del gatillo —
— ¿Cómo que cuando recibas la
instrucción? — preguntó Cruz confundido.
— Siempre les doy la opción a mis
clientes de arrepentirse. Ellos me pagan una cierta parte del total del
encargo, y cuando yo estoy a segundos de finiquitar el asunto, les llamo para
recibir la autorización final. Es una opción un poco boba, ya que la gente mala
no debería tener otra oportunidad. Pero estoy consciente de que no es una
decisión fácil el mandar a lastimar o matar a alguien, principalmente cuando
vienes de familias o ambientes enteramente alejados a lo que yo me dedico.
Muchos no pueden vivir tranquilamente con eso —
— Entiendo — dijo Jordán, tras
unos segundos después de intentar procesar lo que escuchó — Veo que ya lo
tienes todo bien pensado —
La respuesta de Ricardo fue
expulsar de sus pulmones el humo que había inhalado.
— Y... ¿Cómo sabes que Gloria
está diciendo la verdad? — continuó Jordán.
— Todo coincide. Los horarios en
que ellos se quedan solos en casa, el comportamiento de ambos. Además, leí el
informe forense, todo indica que fue Gabriel Melaza el agresor. La chica está
notoriamente afectada, con hematomas en su piel — dijo Ricardo con evidente
molestia — Hace un par de días, Gloria me pagó de forma anticipada el 50%, pero
para ello tuve que mandar al hospital a César, hijo únicamente por parte de
Gabriel —
— ¿Mataste al hijo de Gabriel? —
— No lo maté, pero sí lo dejé mal
— dijo Ricardo, sin remordimientos — Gloria no solo quiere vengarse por su
hija, sino que antes quería que Gabriel supiera lo que se siente que lastimen a
su hijo y que no puedas hacer nada al respecto —
— Creí que únicamente lastimabas
a la gente mala. Pero el hijo de Gabriel pagó los platos rotos... — analizó
Jordán.
— Daños colaterales —
— Pues... parece que no le
importó mucho a Gabriel, considerando que hoy anda disfrutando en la cabaña con
su amante — comentó Cruz.
— Detente por esta zona — dijo
Ricky tras unos segundos — Estamos en el sitio ideal —
De forma obediente, Jordán detuvo
el auto y procedieron a instalarse. Del maletero Ricardo sacó un rifle
francotirador, ante la mirada atónita de Cruz.
— ¿Sabes usar eso? — preguntó
Jordán.
— Chico, sé usar muchas armas
militares — dijo Ricardo, mientras posicionaba y ajustaba el rifle — Nunca
perdí la práctica. Todos los días entreno como mínimo treinta minutos.
Irónicamente aprendí a ser disciplinado después de salir del ejército — Ricardo
asomó sus ojos frente a la mira del francotirador y dijo — Ahora, toma los
binoculares y observa eso —
Jordán, ni corto ni perezoso,
sacó del maletero los binoculares aludidos y observó. A lo lejos se podía
distinguir la mencionada cabaña a orillas del lado, y a una pareja preparando
la comida.
— Es él, ¿no? — preguntó Jordán —
¿Lo harás ahora? —
— Ya te dije, debo esperar
instrucciones — dijo seriamente Ricardo.
— Tienes una oportunidad
inmejorable para acabarlo — insistía Jordán — ¿Cuánto tiempo se demorará en
llegar esa autorización? —
— ¿Quieres callarte y dejarme hacer
mi trabajo? — dijo Ricky dirigiéndole la mirada a Jordán — Tú no estás aquí
decirme cuándo debo actuar, tú estás aquí para apoyarme en lo que yo te diga.
Recibirás un porcentaje de lo que yo gane. Limítate a eso —
Jordán de forma berrinchuda se
sentó en la grama a esperar indefinidamente. Ricardo no quitaba su vista de la
mira telescópica. Tenía brutalmente calculado cada movimiento que hiciera
Gabriel. En cualquier momento podía apretar el gatillo y acabar con todo, pero
era leal a su protocolo.
Pasaron las primeras dos horas de
espera, las cuales se sintieron eternas para un Jordán que se recostó, viendo
como la luz del sol se escabullía entre las ramas y hojas del árbol que le
brindaba sombra. Por su parte, Ricardo se mantenía fríamente posicionado, a la
espera de que le comunicaran la confirmación que le autorizara disparar. El
cansancio comenzaba a presentarse de a pocos.
— ¿Estás seguro que llamará? —
preguntó desesperadamente Jordán.
— Mi contacto no es algo que esté
al alcance de todos — dijo Ricardo — Mis clientes son formales, selectos. En el
caso de Gloria, ella ya hizo efectiva la mitad de lo acordado. Estoy seguro que
me dará el aviso correspondiente —
— Como quieras... — dijo Jordán,
levantándose.
Jordán se metió al auto, reclinó
el asiento del copiloto, se acostó y cerró los ojos. A pesar de no ser el lugar
más cómodo, consiguió conciliar el sueño y dormirse. Cuando nuevamente abrió
los ojos ya habían pasado tres horas más. Jordán salió del automóvil, y su
corazón se arrugó cuando vio a Ricardo sosteniendo el rifle aún de forma
imperturbable. Él no se había movido del lugar en todo el tiempo que pasó, y su
rostro denotaba cansancio. El hambre rugía. Jordán comenzó a sentir lástima y
compasión por Ricky.
— Oye... — dijo Cruz acercándose
— ¿Quieres que sostenga el rifle por ti mientras descansas? Digo, estoy para
asistirte —
— No pasa nada — dijo Ricardo
después de unos instantes — Yo soy el autor intelectual y material de este
negocio, tengo que estar atento a cualquier señal. Son gajes del oficio —
— Mírate, estás todo desgastado —
dijo Jordán críticamente — ¿Pasas por esto en cada encargo? La duda y las
ansias te han de carcomer por dentro —
— Ella llamará — declaró
fehacientemente Ricardo — No estoy para traicionar mis principios e ideales por
esta mujer. El modus operandi prevalecerá pase lo que pase. Sé que lo que estoy
haciendo es lo correcto, pero necesito su consentimiento para dar el siguiente
paso —
— Poco falta para que hayan
transcurrido seis horas desde que arribamos y no has soltado el rifle en ningún
momento — dijo Jordán — Mira, entiendo tu posición, pero de nada sirve que, de
una u otra manera, tus intenciones sean las mejores si tu cliente no sabe si
esto es lo que verdaderamente quiere. Su inseguridad se convierte en algo totalmente
injusto para ti —
— Esto es así, chico,
"cincuenta, cincuenta" — dijo Ricky — El que no arriesga, no gana.
Ella depositó su confianza en mí para cumplir con la primera parte del encargo,
por lo que yo tengo grandes esperanzas de que acepte la totalidad del mismo —
— Si la quisiera, ya te lo
hubiera dicho — renegaba Jordán — Hombre, es todo o nada. No estoy de acuerdo
con que des ese espacio o esa "opción" para echarse para atrás,
porque seguramente lo harán. El pensar mucho las cosas nunca lleva a nada, más
que una virtud se vuelve en un defecto —
Ricardo, haciendo caso omiso a
las palabras de Jordán, se negaba a cambiar de parecer. No iba a soltar su
arma. Sus oídos eran necios y su voluntad terca.
— Está bien, será a tu manera —
dijo Jordán levantando los brazos — ¿Pero cuánto tiempo darás de margen? ¿Doce
horas? ¿Veinticuatro horas? Te recuerdo que yo estoy aquí, y todo el desgaste
físico y emocional que esta estúpida misión te cause, recaerá sobre mí también
—
— Solo necesito una respuesta, y
todo esto acabará —
— Hermano, ella no te dará ninguna
respuesta. Es así. A lo mejor ella tiene mejores opciones, a lo mejor contrató
a alguien mejor que tú para hacer el encargo. O quizás sencillamente se echó
para atrás, y es tan cobarde que no tendrá las suficientes agallas para
decírtelo — dijo Jordán — Tu pecado
capital es creer que todos actuarán de la misma manera en que actuarías tú —
— ¿Sabes qué? — dijo Ricardo
mientras se incorporaba y sacaba un teléfono de su bolsillo — Te noto muy
alterado, así que te haré un favor — Ricardo comenzó a llamar a alguien —
Utilizaré uno de los dos teléfonos que he traído para llamarla. Uno lo
guardaré, esperando su aviso. Y este, si ella no contesta, lo destruiré —
Ricardo activó la función de
altavoz del teléfono. La llamada estaba en curso, la tensión subía a cada tono.
A pesar de existir recepción de señal, Gloria no atendía la llamada. Y luego de
sonar en aproximadamente ocho ocasiones, la llamada finalizó, sin respuesta
alguna. Inmediatamente Ricardo tomó el teléfono, lo partió en dos de un
rodillazo, para luego lanzar los restos entre los matorrales ante la mirada
decepcionada de Cruz.
Cayó la noche, las pocas
provisiones de comida que habían empacado se habían terminado. Sus bocas se
hacían agua al ver la deliciosa comida que degustaba Gabriel con su otra mujer.
Tenían frío, querían sentir la calidez de la fogata que había encendido
Gabriel. Ricardo apartaba brevemente la mirada cuando la pareja se disponía a
copular, situación que se repitió un par de veces durante el transcurso de la
velada. Cayó la brisa.
— Hey, está a punto de llover —
dijo Jordán.
Ricardo ni se inmutó.
— Dime algo, ¿es muy común esto?
¿Qué tan recurrente o frecuente te sucede esto? —
— Primera vez — dijo Ricky, con
un tono que denotaba furia y ahínco — Muchos clientes se han arrepentido, pero
siempre han tenido la decencia de decírmelo —
— Creo que tu problema es que
tienes una trayectoria tan brillante, un respeto en cierto sector del público,
y por eso eres tan soberbio que te rehúsas a no recibir una respuesta, ¿cierto?
— dijo Cruz con una sonrisa burlona.
Luego de un estruendoso
relámpago, la lluvia se hizo presente, y las palabras de Jordán comenzaron a retumbar
y hacer eco dentro de la cabeza de Ricardo. Casi instantáneamente se encontraba
empapado, y su visión comenzó a dificultarse, por lo que tuvo que retirar su
mirada del objetivo. Se levantó, se quedó parado momentáneamente, dubitativo.
Jordán se refugiaba dentro del auto. Ricardo se sentía estúpido, fracasado, no
entendía ni daba crédito a cómo un encargo que comenzó con el pie derecho pudo
terminar así. Se reprochó el haberse hecho de oídos sordos ante los consejos de
Jordán. Eran cosas que dentro de sí mismo ya las sabía de antemano, pero que de
ninguna manera las iba a aceptar tan fácilmente. Tomó su segundo teléfono e
hizo un último intento de entablar comunicación con Gloria, pero el resultado fue
exactamente idéntico al anterior.
— Hermano, si no te mata el
coronavirus lo hará la pulmonía — dijo un sarcástico Jordán — Entra al carro —
A pasos lentos, Ricardo guardó su
rifle devuelta al maletero. Entró al carro, azotando la puerta.
— Nos vamos — decidió Ricardo.
Jordán, luego de verle por unos
segundos, tentado a soltar un "te lo dije", encendió el motor y puso
en marcha el auto sin mediar una palabra. Ricardo no le dirigió la mirada en ningún
momento, sabía que Jordán tenía toda la razón desde un inicio, pero era algo
que jamás iba a reconocer. Su orgullo se lo impedía.
— Hiciste que pasara hambre, que
pasara cansancio, que perdiera mi tiempo, que perdiera la cordura y
probablemente no ganaré ni un centavo — recriminó Jordán — Lo importante es que
comprendas de una vez por todas, que los clientes y la vida en general es así;
pueden aparentar que sí cuando en realidad no. Ser y parecer son cosas muy
distintas —
— Lo que pasas por alto es que
darme por vencido no es algo propio de mí — dijo Ricardo — Tirar la toalla así
de fácil no es algo que esté dentro de mi ADN. Tiendo a agotar todos los
recursos y todas las energías hasta alcanzar mis objetivos... —
— Pero estás inmiscuido en un
negocio que no depende enteramente de ti — interrumpió Jordán — Máxime con las
reglas que implementas. Vivirás muy frustrado y decepcionado si te vuelves a
topar con clientas como esta en tu camino. Hazte un favor y deja de ser tan
ingenuo —
Jordán tocó fibras sensibles, y
cuando menos se lo esperaba, sintió la frialdad de la boca de fuego de un
revólver apuntándole justo a la altura de la sien.
— A ver, tranquilo... — dijo
Jordán, totalmente helado.
— ¡Suficiente basura! — gritó
Ricardo — Te contraté para que fueses mi asistente, no mi terapeuta. Estoy
harto de escucharte todo el maldito día. Te recuerdo que soy un asesino, y no
tengo reparo en apretar el gatillo ahora mismo para volarte los sesos —
— Ah, ¿sí? — dijo Jordán sin
dejar de conducir — ¿Y de quién necesitas autorización para dispararme? —
— Muy gracioso — dijo Ricardo
mientras recargaba el arma — Mi convicción siempre ha sido acabar con la gente
mala para poder hacer de este mundo un lugar mejor donde vivir. Tú eres un buen
chico, lo reconozco, pero eres realmente molesto y me has llegado a fastidiar a
niveles que ni yo mismo conocía. Puede que tú seas la excepción —
— No tienes que hacer esto... —
dijo Jordán con la voz temblorosa.
— Dicen por ahí que siempre hay
una primera vez para todo —
Otra de las razones por las que
Jordán Cruz fue seleccionado como asistente de un sicario, es debido a su gran
capacidad de tomar decisiones en momentos de alto riesgo. Entonces Jordán, al
verse acorralado, pisó a fondo el acelerador, aumentando la velocidad del
vehículo a cada segundo que transcurría. Un leve movimiento al volante, y el
carro estaría propenso a volcar o empotrarse contra cualquier árbol,
traduciéndose en consecuencias fatales para sus pasajeros.
— ¡Adelante! ¡Dispárame si tienes
agallas! — gritó Jordán en un tono retador — Si yo muero, te arrastraré conmigo
al mismísimo abismo —
La adrenalina de ambos andaba a
tope, por las nubes. Y Ricardo estuvo a milésimas de accionar su arma, pero
sucedió lo inesperado. Otro auto apareció prácticamente de la nada, cruzándose
por su camino y ocasionando una espantosa colisión, siendo complicado deducir
cuál de los dos vehículos se llevó la peor parte.
Ricardo reaccionó al cabo de unos
minutos. Tuvo una laguna mental, no recordaba con claridad lo que pasó seguido
del estruendoso impacto. Era una sensación muy similar a aquellas noches en que
el whisky no le alcanzaba, y sus recuerdos se nublaban. Estaba muy aturdido,
con los oídos zumbando y con sangre que se deslizaba desde la coronilla hasta cubrir
su rostro entero. Le costaba moverse. Giró hacia el lado del conductor, y vio a
Jordán ensangrentado. Se encontraba desmayado, pero vivo al final de cuentas.
Notó cómo su arma accidentalmente se accionó debido al choque, siendo la
cabecera del asiento de Jordán la que recibió el impacto de bala. Luego de unos
segundos, y aún quejándose del intenso dolor, Ricardo salió del vehículo a duras
penas, apoyándose de cualquier cosa que tuviera cerca. Se acercó al otro carro
y se asomó por la ventana, o lo que quedaba de ella. Y al ver hacia el interior
del mismo, pudo observar cómo en el asiento del copiloto yacía el cuerpo sin
vida de una mujer, en un charco de sangre y con el rostro semidesfigurado. Del
lado del conductor se encontraba un hombre, seriamente lastimado, con las
piernas prensadas. Su corazón no había dejado de latir, pero, a juzgar por la
manera en que respiraba, parecía indicar que estaba agonizando. Era Gabriel y
su amante, no había ninguna duda. Dentro de su esquema mental, Ricardo teorizó
que debido a la fuerte lluvia que caía, Gabriel Melaza decidió retirarse. Era
lo más prudente, ya que el nivel del lago aumentaría y los colocaba en una
situación muy riesgosa. Pero ahora, la amante se encontraba muerta y el tipo
desangrándose lentamente. Ricardo, casi de un impulso, tomó el teléfono celular
de Gabriel, el cual se encontraba a la vista, dispuesto a llamar a una
ambulancia. Pero segundos antes de hacerlo se detuvo, y pensó "¿en serio
estoy a punto de salvarle la vida a un violador?". Surgió en su cabeza una
idea, una idea macabra. Ricardo cambió de parecer y buscó dentro de su lista de
contactos el número de teléfono de Gloria. Tenía que estar, sí o sí.
Bingo. Lo había encontrado, lo
tenía frente a sus narices. Pulsó el botón "Llamar" y, esta vez,
alguien contestó del otro lado de la línea.
— ¿Hola? — Dijo alguien con un
tono femenino.
Ricardo no respondió. Tenía la
mente en blanco.
— ¿Hola? ¿Gabriel? — Continuaba
la mujer.
— ¿G... Gloria? — preguntó
Ricardo.
— Sí, ¿quién es? —
Muchos pensamientos se cruzaron
por la mente de Ricardo. Pero la intriga de obtener una respuesta persistía, el
dar pleno cumplimiento a sus encargos era una prioridad para él dentro de su
negocio. Era la oportunidad de oro para obtener una respuesta, afirmativa o
negativa, pero obtenerla.
— ¿Autorización para disparar? —
Gloria se quedó callada unos
instantes, hasta soltar un "¿qué?". Ricardo repitió la pregunta.
Gloria, de nueva cuenta, permaneció callada. Su silencio daba a entender que
había procesado la información, y cayó en lo que estaba sucediendo. Ella quebró
en llanto, y así se mantuvo por varios segundos.
— ¿Autorización? ¿Sí o no? —
repitió Ricardo, muy seriamente.
— ¡No! ¡No! — gritaba y lloraba
desconsoladamente — ¡Por favor, no! ¡No lo haga! —
Ricardo se quedó en línea un corto tiempo, escuchando cómo el llanto de Gloria no cesaba. Pensando en lo distinto que hubiese sido el escenario si le hubiera dicho eso desde un primer momento. Pero no fue así, y por obra del destino, igualmente llegaron las consecuencias mortales. Ricardo colgó el teléfono y se alejó, volviéndose hacia su vehículo. Con mucho esfuerzo y cuidado cargó y movió el cuerpo de Jordán al otro asiento. Con un golpe de suerte logró conseguir que el auto arrancara. Y sin perder más tiempo, se esfumó del lugar para llevar a su asistente al centro médico más próximo. Al final del día, consiguió lo que quería, una respuesta. Le perdonó la vida a Gabriel.
— ¿Adivina qué? — se dirigió
Ricardo a un Jordán, quien persistía en un estado de inconsciencia — Tenías
razón. ¿Escuchaste? Tenías toda la razón. Era lo que querías escuchar, ¿no?
Pues ahí lo tienes — hizo una pausa — Espero que tu subconsciente grabe bien
estas palabras, porque lamentablemente para ti, será algo que nunca más
volverás a escuchar de mi boca. Llámalo cobardía si quieres, yo lo llamaré
mantener mi récord intacto. Hacer de cuenta que nada de esto pasó. En momentos
como este es que me cuestiono por qué te contraté, y a la vez agradezco tanto
el haberlo hecho. Me caes bien, en serio, a pesar de que por poco te vuelo la
cabeza — dijo Ricardo entre risas discretas — Tenías toda la razón del mundo.
Es estúpido creer que todos actuarán de la misma manera que yo. Es estúpido
pensar que todos van a pensar, actuar o hablar al unísono. Pero es más estúpido
no aceptar esa realidad, que es más que evidente. Idealizamos demasiado a la
gente, generamos tanta expectativa que ahora lo normal es la decepción. Cada
persona tiene en su vida su propio desastre a tratar de forma aislada. He de
admitir que esta experiencia hizo replantearme si debo seguir con esto; soy tan
orgulloso, tan soberbio, tan egocéntrico, tan narcisista, tan arrogante, y sé
que son calificativos que difícilmente cambiaré. Entonces, siendo así, no sé si
podría tolerar la indecisión de más personas como la última. No, no podría —
momento de una nueva pausa, mientras continuaba manejando bajo una incesante lluvia
— No sé, a lo mejor es tiempo de retirarme de esto, volver a mi hogar, sentar
cabeza y pasar el resto de mis días en mi sofá, viendo en la televisión
cualquier tontería mientras bebo mucha cerveza. Eso me suena un buen plan, ¿no
crees? —
Lógicamente no hubo respuesta por
parte de Jordán.
— ¿Qué pasa? ¿Ahora tú no me vas
a contestar? — dijo sarcásticamente mientras, de nueva cuenta, sacaba un
cigarro — Quién diría que no dar una respuesta es una gran respuesta. Quién
diría que no recibir una respuesta me sentaría tan fatal — reflexionó
finalmente entre humos.
Jordán despertó confundido y desorientado siete horas después, en la cama de un hospital con múltiples heridas alrededor de todo su cuerpo. Nada de gravedad, pero el porrazo fue tal, que sacudió toda su existencia. Las enfermeras no le proporcionaron mayor información respecto a cómo llegó a ese lugar, tan solo le dijeron que todos los gastos médicos habían sido debidamente cubiertos, y que tenía suerte de estar con vida... lo de siempre... puesto que ese golpe pudo haber sido peor, mucho más severo, con daños realmente críticos e irreparables. Su dolor físico era mermado por las mil vueltas que su cabeza le daba al asunto; la incertidumbre de saber qué había pasado con Ricardo Barbieri lo tenía inquieto. No sabía si ir a buscarlo para agradecerle por llevarlo al hospital o para vengarse, ya que su último recuerdo se basaba en una imagen de él apuntándole. Pero independientemente de ello, no sabía en dónde buscarle o cómo entablar comunicación con él. No sabía ni entendía nada, era como si Ricardo había desaparecido misteriosamente de la faz de la Tierra sin dejar rastro alguno. Casualmente la televisión del sanatorio comenzó a transmitir la noticia del millón; la policía había dado con el cuerpo de una mujer, dentro de un vehículo que se encontraba hecho añicos, en medio del bosque. No dieron más detalles. Algo no le cuadraba bien.
— Pudieron haber sido dos —
Al girar su cabeza se enteró que el paciente que estaba a su izquierda no era otro sino Gabriel Melaza. Se encontraba maltrecho, vendado prácticamente de todos lados, recibiendo oxígeno y con las piernas totalmente destrozadas.
— Gracias a Dios mi esposa llamó a la ambulancia, de no ser por ella, no te estaría contando esto — continuó contando, tosiendo a cada oración que terminaba.
Jordán no respondía. Y no era por asombro, sino más bien por coraje.
— No hablas mucho, ¿eh? — preguntó Gabriel — ¿Cómo te llamas, chico? ¿A qué te dedicas? —
Estaba claro que Gabriel jamás en la vida iba a reconocer a Jordán, pero Jordán a él sí. No concebía la idea de que, a pesar de todo el daño provocado, el tipo siguiera con vida.
— Ricardo. Ricardo Barbieri — dijo Jordán luego de un prolongado silencio — Y soy estudiante —
— Ah, ¿sí? — dijo Melaza — ¿Y qué estudias? —
— Quiero ser exterminador —
— ¿Y qué quieres exterminar? — dijo luego de una leve risa.
— Quiero acabar con la maldad de este mundo —
— Hijo, no sé si este sea el hospital indicado para ti. La maldad ha existido desde siempre, y es algo que no tiene fin. Es algo inherente a la humanidad. El hombre es malo por naturaleza. No puedes acabar con la maldad del mundo. Además, entramos en el dilema de lo que es bueno y lo que es malo, y dependerá mucho de lo que tú consideres malo, aunque no necesariamente lo sea. Es como el yin y el yang; siempre habrá algo de maldad dentro de lo bueno, y algo de bondad dentro de lo malo. Son fuerzas opuestas que se complementan, se necesitan para poder existir — sermoneó Gabriel.
Jordán no prestaba ni una pizca de atención a lo que decía Gabriel. Notó que en un taburete había un ramo de flores que su esposa, Gloria, le había llevado, lo cual enardeció aún más su furia. Sus nervios se alteraban de solo pensar que un violador incluía a Dios en sus palabras, lanzaba aquél discurso envuelto en hipocresía y falsedad, y aún así recibiera muestras de afecto de su señora. Entendió a la perfección el por qué Ricardo comenzó a dedicarse a esto. Pero Jordán no era tan benevolente como Ricardo, él no estaba dispuesto a dar segundas oportunidades. Él estaba completamente seguro de que terminaría lo que Ricardo comenzó, sin importarle que no existiera dinero de por medio. Así que sin más, a la medianoche de ese mismo día Jordán esperó a que Gabriel se durmiera, a que la enfermera de turno los dejara solos, a que las luces se encontraran apagadas, y muy cautelosamente se acercó con su almohada a la orilla de la camilla de Melaza, y en ese mismo acto le asfixió con ella sin hacer ningún ruido que lo delatara. Apretó sus puños, se guardó sus ganas de estrangularlo con sus propias manos. A la mañana siguiente se declaró su fallecimiento. Nadie sospechó del bueno de Jordán, quien recibió su alta médica esa misma tarde.
— Muy bien señor Cruz, ha sido todo. Puede retirarse — dijo el doctor.
— Gracias — dijo Jordán mientras comenzaba a retirarse.
— Señor Cruz — dijo el doctor, frenándole y alzando su brazo para un apretón de manos. Jordán con una sonrisa aceptó el gesto, pero la misma no duró mucho cuando se dio cuenta que, más que un apretón, el doctor discretamente le hacía entrega de un teléfono celular — Vaya con cuidado —
Jordán se retiró del hospital, y mientras iba por la calle revisó dicho teléfono, el cual era uno desechable, y en cuya agenda tenía registrado un solo contacto como "RB". Jordán sonrió, guardó el teléfono y siguió su camino. Jamás supo que fue Ricardo quien llamó a la ambulancia para "salvarle" la vida a Gabriel, de organizar todo para que le internaran justo a su lado, de llevarle flores a nombre de Gloria, y todo ello, para despertar en Jordán un instinto sanguinario que tarde o temprano saldría a flote. Colocó las piezas del rompecabezas de una forma magistral para indirectamente hacer de Jordán su legado, su heredero, le trasladó la antorcha convirtiéndolo en el nuevo asesino de asesinos.
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