jueves, 13 de junio de 2019

Ella no quiere ser rescatada.


Tan solo mil y un infiernos fueron lo que le costó al noble jinete llegar hasta las más remotas y hostiles tierras en que se hallaba apresada la maja doncella. Cabalgaba incansable como si su vida dependiera de la liberación de su majestad. Iba acompañado de su casi impenetrable armadura, compuesta por las más resistentes piezas metálicas que el hombre ha descubierto jamás junto a su infaltable yelmo; su leal e imponente corcel de pelajes plateados que se había convertido en su mejor socio durante esta larga travesía; y, finalmente, su espada y escudo que significarían la coraza de hierro que protegería su vida ante cualquier adversario que pudiera atravesarse en su camino. Pero el caballero estaba dejando pasar por alto una cosa de suma importancia; ella no quiere ser rescatada.

Le tocó recorrer toda clase de escenarios. Desde los más áridos desiertos hasta las más frígidas nevadas. Cientos de miles de kilómetros después de su partida pudo divisar a lo lejos como el horizonte iba dibujando de arriba hacia abajo el castillo que por tantas semanas había estado buscando. Finalmente estaba frente a sus ojos pardos aquella colosal estructura en la que le aguardaban toda clase de peligros y terrores. Un lugar al que sabía que podía ingresar, pero que no existía garantía alguna de poder salir con vida. Un lugar lleno de desgracias para él, pero siendo la peor de todas, que ella no quiere ser rescatada.

El primer obstáculo serían los muchos fieles al malvado monarca culpable del secuestro de la princesa, quienes lo esperaban antes de llegar al puente que conduce a las enormes puertas del castillo. Estos devotos no tendrían ningún problema en sacrificar su vida defendiendo los propósitos e ideales de su señor, por más retorcidos que estos fueran. El perspicaz cabalgante era conocido en sus tierras de origen como el guerrero más habilidoso de la región, ningún otro hombre había sido capaz de darle la talla e implicar una verdadera amenaza para su racha invicta. Y este caso no fue la excepción. Uno a uno fueron cayendo los hombres del rey, la resistencia que oponían era casi nula y el próximo a llamarse héroe se dio un festín con su impecable exhibición. Sin embargo, ni aunque hubiese derrotado a un millón de hombres le habría valido para algo, pues ella no quiere ser rescatada.

Su armadura acabó con ciertas abolladuras, pero ningún golpe pudo llegar a su piel. Lo que le esperaba a continuación era seguramente la prueba más dura de todas; pues justo cuando se encontraba cruzando el puente antes mencionado, se dejó mostrar la temible bestia voladora que protegía aquella fortaleza. Se manifestó, pues, el formidable dragón quien de inmediato se dispuso a lanzar llamaradas en contra del hombre hidalgo, quien aún impactado por la presencia de aquél terrorífico monstruo cuya existencia creía irreal, pierde el equilibrio y cae pesadamente. El miembro de la familia de los équidos se dio un frenón poco ortodoxo, y orientó su trote en dirección contraria. Era un animal después de todo, y, espantado por el engendro capaz de expulsar fuego de su hocico, no lo pensó dos veces y abandonó el lugar, devolviéndose a su hogar. Quizá el jinete debía haber hecho lo mismo, ya que ella no quiere ser rescatada.

Irse sin la doncella no era una opción para el caballero, es más, era su motivación. El valiente se incorporó en guardia, y comenzó a agitar su espada de un lado hacia otro cada que el dragón sobrevolaba cerca de su humanidad, pudiéndolo herir levemente. Con su escudo pudo protegerse de varias llamaradas que se iban extinguiendo al estrellarse contra aquella defensa. Tales eran las temperaturas en que se desarrollaba este combate, que el invicto guerrero se vio obligado a retirarse su yelmo para evitar sofocarse. Fue en un momento dado que, en un acercamiento, el dragón rasguñó con sus afiladas garras la pierna derecha del caballero, quien no esperó a que su sangre se comenzara a derramar, sino que su reacción inmediata fue insertar la totalidad de su espada en el cuello de la bestia, atravesando su garganta. ¡Quién diría que tanta sangre pudo haberse evitado de haber sabido que ella no quería ser rescatada!

El ahora domador de dragones entró por fin al castillo, dejando atrás el cadáver del enorme reptil que eventualmente caería al abismo, motivo por el cual se tenía un puente. El caballero cojeaba, pero continuaba imperturbable con su misión. Se había llegado el momento de la verdad, el encuentro entre el guerrero herido y el malvado monarca. Tras un intenso intercambio de palabras e insultos, cuyos guiones se obviarán pues son más que evidentes, y no habiendo llegado a un arreglo, se retaron a una pelea a muerte. El turbio rey ya tenía una cierta edad, pero era un experto veterano de guerra. La dificultad para caminar del caballero equilibraba un poco la balanza. Uno de los dos hombres iba a morir esa noche. Lástima que sería en vano, pues a ella no le interesa ser rescatada.

Dicho y hecho, fue una batalla pareja. El caballero dificultosamente se movía, y esto era aprovechado por el viejo mandamás, quien lo logró herir en múltiples ocasiones. Y esta vez sí, horadaba la armadura que cada vez se tornaba más endeble. No obstante, el orgullo y la braveza del caballero se despertaron en el momento más oportuno y, sobreponiéndose al dolor provocado por sus lesiones, con mucho ahínco comenzó a dominar progresivamente el enfrentamiento hasta darle el golpe de gracia al rey, quien caería al suelo sin aliento y con la espada del caballero atravesada justo en su corazón. Es cuanto menos irónico que alguien derrote a la persona que te secuestró de la forma más despiadada y te mantuvo cruelmente cautiva durante tanto tiempo, y que, tras eso, no desees ser rescatada.

El ex jinete estaba exhausto, herido. No le quedaban más energías en sus extremidades inferiores, por lo que no le quedó más alternativa que arrastrar su pesado cuerpo. La princesa se encontraba en la última habitación, subiendo varias gradas. El malherido caballero fue retirándose a puras penas las partes de su armadura para disminuir el peso de su cuerpo. Comenzó a subir los escalones a gatas, dejando el rastro de sangre que era de esperar. El desgaste físico de aquél hombre era increíble, lo estaba dejando todo por una mujer que no conoce, que no la ha visto, sin saber si valió la pena todo su martirio, sin tener conocimiento si es su deseo ser liberada.

Llegó pues, a la alcoba en que era prisionera la princesa. Y la vio. Y ella lo vio. Y fue en ese sublime instante en que el caballero supo que era su destino sufrir mil tormentas para finalmente ver el sol en los ojos azulados de aquella hermosa mujer, cuya belleza lo cautivó casi de inmediato. Su escultural figura pasaba casi desapercibida, pues era opacada por tan angelical rostro. La princesa no sabía que, desde antes de pronunciar una palabra, el valiente hombre ya era suyo. Lo tenía rendido a sus pies, solamente tenía que decirlo. El caballero, aún sin decir palabra, se hincó ante la doncella y le extendió su mano, a lo que la bella dama respondió: “No quiero ser rescatada”.

El caballero quedó atónito, anonadado ante tal contestación. Tras unos segundos de silencio logró fijarse realmente en sus ojos apagados, tenía una mirada triste, desubicada… fue ahí que entendió que ya varios hombres habían intentado antes sacarla de esas cuatro paredes. Pero hacían trampa; intentaban hacer trueques con el ya fallecido rey, o intentaban escabullirse silenciosamente entre los pasadizos del castillo, tomando atajos sin que les haya costado un comino llegar hasta ahí. La princesa, sabe bien quién es, lo que vale y lo que merece. Sabe que harán cualquier cosa por sacarla de ese aislado sitio; desde lo más bajo y despreciable, hasta lo más honesto y con las mejores intenciones. Pero eso no le vale, porque ella no lo vio. Ella ya no confía ni en el hombre más caballeroso de la región. Ella es una princesa, pero no quiere ser tratada como tal a toda hora y en todo momento, ella quiere vivir aventuras como la del aún invicto caballero. Ella quiere primero conocer al hombre que en un futuro será su esposo, evaluar su compatibilidad, quizá ha creado en sí una gran expectativa, un alto nivel de selectividad, pero ella lo que realmente quiere es a un hombre que, ya conociéndolo, la logre rescatar… de ella misma. De las barreras que ella misma se ha construido para protegerse. Sólo el hombre que logre quebrantar esos esquemas sería digno de poseerla.

El caballero insistió, pero tarde comprendió que lo único que era capaz de ofrecerle a la princesa era un futuro ya construido, sin esfuerzo para ella, con todo servido. Ella es una princesa, pero no le gusta ser tratada como tal, ella quiere esforzarse en construir su propia vida al lado del hombre que amará. Pero ahora, no confía en nadie, ya que bien sabe que cualquier hombre que quiera rescatarla lo hará con la mentalidad de “ella es una princesa, vale millones”. Es un tremendo lío la doncella, encerrada en su propio mundo. Ella lo único que espera es que alguien la encuentre por equivocación, sin que sepa que pertenece a la nobleza. Y quizás así, tan sólo quizás, pueda considerarlo. Ella, pese a ser una mujer centrada, es un mar de inseguridades con respecto a relaciones amorosas. Y aún viendo que el caballero se encontraba malherido, dando la milla extra para estar frente a ella, notando en sus ojos todo el dolor que atravesó para sacarla de esa pocilga, e inclusive reconociendo que parece ser un hombre de buenas intenciones, tuvo miedo de aceptar su mano.

El caballero, no queriendo ser un fastidio, se retiró como lo que es, un caballero. Si bien es orgulloso, no guardaría ningún remordimiento. De la misma forma en que ingresó a aquella habitación, se retiró. La doncella se quedó sentada a la orilla de su lecho, y no fue sino hasta cinco minutos después, que reconsideró las cosas y dejó al fin aquél cuarto que fuera su cárcel durante varios meses, en búsqueda del caballero. Y sí, lo encontró, pero desgraciadamente se encontraba sin vida. Se había desangrado hasta perecer. La doncella, casi sin demostrar emociones, supo que, aunque le hubiese dado la mano, él hubiese muerto en el camino. O quizás no, quizás si lo hubiese ayudado a tiempo él seguiría con ella. Pero es algo que no sabrá nunca. La oportunidad pasó y ella tomó su decisión. Emulando lo que es la paradoja del gato de Schrödinger, la caja nunca se abrió, y no había forma de saber si el gato viviría o moriría. La princesa, teniendo despejado el camino, caminó con tranquilidad hacia la salida del castillo, y emprendiendo camino de regreso. Al final del día, ella fue rescatada, aunque no de la manera prevista, pues ella nunca quiso ser rescatada.       


               



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