Tan solo mil y un infiernos fueron
lo que le costó al noble jinete llegar hasta las más remotas y hostiles tierras
en que se hallaba apresada la maja doncella. Cabalgaba incansable como si su
vida dependiera de la liberación de su majestad. Iba acompañado de su casi
impenetrable armadura, compuesta por las más resistentes piezas metálicas que
el hombre ha descubierto jamás junto a su infaltable yelmo; su leal e imponente
corcel de pelajes plateados que se había convertido en su mejor socio durante esta
larga travesía; y, finalmente, su espada y escudo que significarían la coraza de
hierro que protegería su vida ante cualquier adversario que pudiera atravesarse
en su camino. Pero el caballero estaba dejando pasar por alto una cosa de suma
importancia; ella no quiere ser rescatada.
Le tocó recorrer toda clase de
escenarios. Desde los más áridos desiertos hasta las más frígidas nevadas. Cientos
de miles de kilómetros después de su partida pudo divisar a lo lejos como el
horizonte iba dibujando de arriba hacia abajo el castillo que por tantas
semanas había estado buscando. Finalmente estaba frente a sus ojos pardos
aquella colosal estructura en la que le aguardaban toda clase de peligros y
terrores. Un lugar al que sabía que podía ingresar, pero que no existía garantía
alguna de poder salir con vida. Un lugar lleno de desgracias para él, pero
siendo la peor de todas, que ella no quiere ser rescatada.
El primer obstáculo serían los
muchos fieles al malvado monarca culpable del secuestro de la princesa, quienes
lo esperaban antes de llegar al puente que conduce a las enormes puertas del
castillo. Estos devotos no tendrían ningún problema en sacrificar su vida
defendiendo los propósitos e ideales de su señor, por más retorcidos que estos
fueran. El perspicaz cabalgante era conocido en sus tierras de origen como el
guerrero más habilidoso de la región, ningún otro hombre había sido capaz de
darle la talla e implicar una verdadera amenaza para su racha invicta. Y este
caso no fue la excepción. Uno a uno fueron cayendo los hombres del rey, la
resistencia que oponían era casi nula y el próximo a llamarse héroe se dio un
festín con su impecable exhibición. Sin embargo, ni aunque hubiese derrotado a
un millón de hombres le habría valido para algo, pues ella no quiere ser
rescatada.
Su armadura acabó con ciertas abolladuras,
pero ningún golpe pudo llegar a su piel. Lo que le esperaba a continuación era
seguramente la prueba más dura de todas; pues justo cuando se encontraba
cruzando el puente antes mencionado, se dejó mostrar la temible bestia voladora
que protegía aquella fortaleza. Se manifestó, pues, el formidable dragón quien
de inmediato se dispuso a lanzar llamaradas en contra del hombre hidalgo, quien
aún impactado por la presencia de aquél terrorífico monstruo cuya existencia
creía irreal, pierde el equilibrio y cae pesadamente. El miembro de la familia
de los équidos se dio un frenón poco ortodoxo, y orientó su trote en dirección
contraria. Era un animal después de todo, y, espantado por el engendro capaz de
expulsar fuego de su hocico, no lo pensó dos veces y abandonó el lugar,
devolviéndose a su hogar. Quizá el jinete debía haber hecho lo mismo, ya que ella
no quiere ser rescatada.
Irse sin la doncella no era una
opción para el caballero, es más, era su motivación. El valiente se incorporó
en guardia, y comenzó a agitar su espada de un lado hacia otro cada que el
dragón sobrevolaba cerca de su humanidad, pudiéndolo herir levemente. Con su
escudo pudo protegerse de varias llamaradas que se iban extinguiendo al
estrellarse contra aquella defensa. Tales eran las temperaturas en que se
desarrollaba este combate, que el invicto guerrero se vio obligado a retirarse su
yelmo para evitar sofocarse. Fue en un momento dado que, en un acercamiento, el
dragón rasguñó con sus afiladas garras la pierna derecha del caballero, quien
no esperó a que su sangre se comenzara a derramar, sino que su reacción inmediata
fue insertar la totalidad de su espada en el cuello de la bestia, atravesando
su garganta. ¡Quién diría que tanta sangre pudo haberse evitado de haber sabido
que ella no quería ser rescatada!
El ahora domador de dragones
entró por fin al castillo, dejando atrás el cadáver del enorme reptil que
eventualmente caería al abismo, motivo por el cual se tenía un puente. El
caballero cojeaba, pero continuaba imperturbable con su misión. Se había
llegado el momento de la verdad, el encuentro entre el guerrero herido y el
malvado monarca. Tras un intenso intercambio de palabras e insultos, cuyos guiones
se obviarán pues son más que evidentes, y no habiendo llegado a un arreglo, se
retaron a una pelea a muerte. El turbio rey ya tenía una cierta edad, pero era
un experto veterano de guerra. La dificultad para caminar del caballero
equilibraba un poco la balanza. Uno de los dos hombres iba a morir esa noche.
Lástima que sería en vano, pues a ella no le interesa ser rescatada.
Dicho y hecho, fue una batalla
pareja. El caballero dificultosamente se movía, y esto era aprovechado por el
viejo mandamás, quien lo logró herir en múltiples ocasiones. Y esta vez sí,
horadaba la armadura que cada vez se tornaba más endeble. No obstante, el
orgullo y la braveza del caballero se despertaron en el momento más oportuno y,
sobreponiéndose al dolor provocado por sus lesiones, con mucho ahínco comenzó a
dominar progresivamente el enfrentamiento hasta darle el golpe de gracia al
rey, quien caería al suelo sin aliento y con la espada del caballero atravesada
justo en su corazón. Es cuanto menos irónico que alguien derrote a la persona
que te secuestró de la forma más despiadada y te mantuvo cruelmente cautiva
durante tanto tiempo, y que, tras eso, no desees ser rescatada.
El ex jinete estaba exhausto,
herido. No le quedaban más energías en sus extremidades inferiores, por lo que
no le quedó más alternativa que arrastrar su pesado cuerpo. La princesa se
encontraba en la última habitación, subiendo varias gradas. El malherido
caballero fue retirándose a puras penas las partes de su armadura para disminuir
el peso de su cuerpo. Comenzó a subir los escalones a gatas, dejando el rastro
de sangre que era de esperar. El desgaste físico de aquél hombre era increíble,
lo estaba dejando todo por una mujer que no conoce, que no la ha visto, sin
saber si valió la pena todo su martirio, sin tener conocimiento si es su deseo
ser liberada.
Llegó pues, a la alcoba en que
era prisionera la princesa. Y la vio. Y ella lo vio. Y fue en ese sublime
instante en que el caballero supo que era su destino sufrir mil tormentas para
finalmente ver el sol en los ojos azulados de aquella hermosa mujer, cuya
belleza lo cautivó casi de inmediato. Su escultural figura pasaba casi desapercibida,
pues era opacada por tan angelical rostro. La princesa no sabía que, desde
antes de pronunciar una palabra, el valiente hombre ya era suyo. Lo tenía
rendido a sus pies, solamente tenía que decirlo. El caballero, aún sin decir
palabra, se hincó ante la doncella y le extendió su mano, a lo que la bella
dama respondió: “No quiero ser rescatada”.
El caballero quedó atónito, anonadado
ante tal contestación. Tras unos segundos de silencio logró fijarse realmente
en sus ojos apagados, tenía una mirada triste, desubicada… fue ahí que entendió
que ya varios hombres habían intentado antes sacarla de esas cuatro paredes. Pero
hacían trampa; intentaban hacer trueques con el ya fallecido rey, o intentaban
escabullirse silenciosamente entre los pasadizos del castillo, tomando atajos
sin que les haya costado un comino llegar hasta ahí. La princesa, sabe bien
quién es, lo que vale y lo que merece. Sabe que harán cualquier cosa por
sacarla de ese aislado sitio; desde lo más bajo y despreciable, hasta lo más
honesto y con las mejores intenciones. Pero eso no le vale, porque ella no lo
vio. Ella ya no confía ni en el hombre más caballeroso de la región. Ella es
una princesa, pero no quiere ser tratada como tal a toda hora y en todo
momento, ella quiere vivir aventuras como la del aún invicto caballero. Ella
quiere primero conocer al hombre que en un futuro será su esposo, evaluar su
compatibilidad, quizá ha creado en sí una gran expectativa, un alto nivel de selectividad,
pero ella lo que realmente quiere es a un hombre que, ya conociéndolo, la logre
rescatar… de ella misma. De las barreras que ella misma se ha construido para
protegerse. Sólo el hombre que logre quebrantar esos esquemas sería digno de
poseerla.
El caballero insistió, pero tarde
comprendió que lo único que era capaz de ofrecerle a la princesa era un futuro
ya construido, sin esfuerzo para ella, con todo servido. Ella es una princesa,
pero no le gusta ser tratada como tal, ella quiere esforzarse en construir su
propia vida al lado del hombre que amará. Pero ahora, no confía en nadie, ya
que bien sabe que cualquier hombre que quiera rescatarla lo hará con la
mentalidad de “ella es una princesa, vale millones”. Es un tremendo lío la
doncella, encerrada en su propio mundo. Ella lo único que espera es que alguien
la encuentre por equivocación, sin que sepa que pertenece a la nobleza. Y
quizás así, tan sólo quizás, pueda considerarlo. Ella, pese a ser una mujer
centrada, es un mar de inseguridades con respecto a relaciones amorosas. Y aún
viendo que el caballero se encontraba malherido, dando la milla extra para
estar frente a ella, notando en sus ojos todo el dolor que atravesó para
sacarla de esa pocilga, e inclusive reconociendo que parece ser un hombre de
buenas intenciones, tuvo miedo de aceptar su mano.
El caballero, no queriendo ser un
fastidio, se retiró como lo que es, un caballero. Si bien es orgulloso, no
guardaría ningún remordimiento. De la misma forma en que ingresó a aquella
habitación, se retiró. La doncella se quedó sentada a la orilla de su lecho, y
no fue sino hasta cinco minutos después, que reconsideró las cosas y dejó al
fin aquél cuarto que fuera su cárcel durante varios meses, en búsqueda del
caballero. Y sí, lo encontró, pero desgraciadamente se encontraba sin vida. Se
había desangrado hasta perecer. La doncella, casi sin demostrar emociones, supo
que, aunque le hubiese dado la mano, él hubiese muerto en el camino. O quizás
no, quizás si lo hubiese ayudado a tiempo él seguiría con ella. Pero es algo
que no sabrá nunca. La oportunidad pasó y ella tomó su decisión. Emulando lo
que es la paradoja del gato de Schrödinger, la caja nunca se abrió, y no había
forma de saber si el gato viviría o moriría. La princesa, teniendo despejado el
camino, caminó con tranquilidad hacia la salida del castillo, y emprendiendo
camino de regreso. Al final del día, ella fue rescatada, aunque no de la manera
prevista, pues ella nunca quiso ser rescatada.

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