Los tiempos cambian, las
generaciones pasan y al veterano de la vida tan solo le quedan dos únicas
opciones: adaptarse o hundirse en ignorancia. Cada vez me vuelvo más partidario
de la frase “la vida es un momento”. En un abrir y cerrar de ojos lo que nos
parecía la tecnología más moderna del siglo, en un par de años pasa a ser una simple
baratija anticuada. Imagínense vivir en los años ochenta o noventa, y tener al
alcance de la mano grandes inventos para la humanidad tales como la televisión,
la radio, el teléfono… y que posteriormente tengamos que estar lidiando con
teléfonos super modernos, colmados a más no poder de miles de aplicaciones, siendo
casi obligados a tener que abrir nuestras propias redes sociales en distintos
sitios web con tal de estar en contacto con familia o amigos, por motivos laborales
o simplemente para estar actualizado en las noticias. Qué dolor de cabeza tener
que recordar tantas contraseñas. Y todo ello para luego descubrir que toda esa
tecnología moderna, si bien es cierto facilita muchos aspectos de la vida, pero
que tras un determinado lapso de tiempo puede volverse en un vicio, en una pérdida
de tiempo valioso, en un incentivo a la procrastinación. Nos damos cuenta tarde
o temprano que preferimos chatear que hablar frente a frente con las personas.
Hoy, después de trabajar, le
pasé comprando a mi hijo pequeño ese nuevo juguete que se encuentra a la moda
en todas las tiendas, “M0FY”. Este es un oso de peluche, aparentemente
ordinario, con la peculiaridad de que posee un sistema interno de cientos de
respuestas y de combinaciones de palabras distintas para cada frase que su
micrófono reciba del exterior. Es decir, la gente le habla y el juguete
responde. Haciendo parecer que éste tiene inteligencia propia para poder
formular las respuestas, pero obviamente careciendo del raciocinio necesario
para ello. Mi hijo apenas tiene cuatro años y desde hace ya un par de semanas
se había obsesionado con este oso. Así que aprovechando que recién me habían
pagado, decidí darle la sorpresa.
Para resumir la historia, ese
día regresé a casa en horas de la noche y sin más rodeos le obsequié a M0FY.
Mi hijo estalló de emoción, como era de esperarse, y desde ese día se volvió prácticamente
su mejor amigo. Me atrevo a decir que era casi su confidente. Entablaban
conversaciones demasiado extensas. Creo que ni siquiera yo había llegado a
tener una conversación tan prolongada con mi propio hijo. Él no se cansaba de M0FY,
lo quería llevar a todas partes. Los únicos dos momentos en que finalmente lo
soltaba eran cuando él se iba a la escuela, y cuando se lo quitaba o escondía
por estar hablando con él cuando se suponía debía estar durmiendo. La realidad
es que me intrigaba poderosamente el saber qué tanto podría un niño hablar con
un juguete.
Cierta vez, coincidentemente
mi día de descanso fue el mismo en que mi hijo se fue de excursión desde la
madrugada hasta el ocaso del sol. Mi hijo retornó a casa muerto del cansancio y
lo último que me dijo antes de sucumbir ante el sueño fue: “Papi, cuida de
M0FY esta noche, por favor”. Entonces mi pequeño entró en un trance
profundo, parecía que ni el terremoto más devastador iba a lograr despertarlo.
Tras acostarlo me dirigí al comedor, pues recordaba haber visto por última vez
al oso sobre la mesa.
Dicho y hecho, el juguete se
encontraba en dicha mesa. Lo tomé, me le quedé viendo por unos instantes y
levantando una ceja le dije:
— A ver, ¿tú qué tienes de especial? —
— ¡Hola!, mi nombre es M0FY — dijo tras
haber procesado mis palabras — Estoy diseñado para conversar, enseñar
e inclusive aconsejar a quienes interactúen conmigo —
Cierto es que durante ese día había tomado un poco, pero eso no
le restaba lo tétrico al ambiente. Es decir, estando solo en casa, en la
nocturnidad, hablando con un muñeco inanimado y, en teoría, irracional, y que
éste emitiera palabras congruentes le brindaba al escenario los elementos
necesarios para una película de terror.
— Háblame sobre mi hijo — le dije,
mientras me acomodaba en una silla.
— Rubén es un niño muy inteligente —
dijo, acertando al nombre — Él me cuenta muchas cosas, nos volvimos
los mejores amigos —
— ¿Y sabes por qué hoy no podrá hablar contigo?
—
— No específicamente. Pero supongo que es porque
estaba muy exhausto por la excursión de la que me platicó hace unos días —
Me quedé callado unos segundos. Procuraba no ser intimidado y
de ninguna manera quitar la cara de seriedad que me cargaba (creyendo ingenuamente
que quizá el juguete tuviera alguna especie de cámara de vídeo). Pero por
dentro sucedía dentro de mi ser una mezcolanza entre asombro y terror. El tono
de voz de M0FY era como la de un niño pequeño, como las típicas voces de
niño que le colocan a las caricaturas de niños.
— Y dime, M0FY, ¿de qué tanto hablas con Rubén?
— le cuestioné mientras me servía en un vaso de cristal una nueva
cerveza.
— Rubén es un niño verdaderamente inteligente —
respondía — Me cuenta todo; cuáles son sus sueños, sus miedos, sus
hoobies. Me cuenta prácticamente todo lo que hace en un día, incluso las cosas
malas —
— ¿Qué cosas malas? — pregunté tras dar
el primer trago, interesado por lo último que dijo el estúpido oso (jamás en mi
vida me imaginé estar hablando con un juguete a mi edad).
— Rubén me ha brindado su entera confianza para
hablarme de ciertos temas durante estos dos meses que he estado con él, y… —
— Tan sólo limítate a responder la pregunta —
le interrumpí desafiantemente.
— Por ejemplo del constante bullying que recibe en
su escuela — dijo tras unos segundos, a lo que me quedé perplejo —
O también de tus problemas de alcoholismo —
— ¿Mis qué…? —
— Y que estando borracho le sueles golpear… —
continuó imperturbable.
En ese momento me levanté de mi silla con el ceño fruncido,
apretando los dientes con todas mis fuerzas y sintiendo exactamente cómo me
hervía la sangre de a pocos. No podía tolerar que fuese un juguete el que
escupiese tantas verdades.
— O de por qué su mamá, tu esposa, los dejó por tu
culp… —
No pude soportar más escuchar al maldito, así que simplemente
lo tomé bruscamente y lo arrojé lejos de mi vista. Estaba alterado, totalmente
agitado, los efectos de la cerveza ya se habían hecho presentes. Me percaté que
M0FY se estrelló contra un vaso lleno de agua, rompiéndose éste y todo
el líquido se derramó sobre él, penetrando hasta su sistema electrónico.
Me acerqué lentamente al oso, intentando relajarme tras ese
impulso violento que tomé. Me agaché y lo recogí. Estaba empapado, sabía que
eso no significaba nada bueno. Supe casi de inmediato que mi hijo se
entristecería mucho cuando se diese cuenta, y que el dinero gastado (que fue
mucho) fue una total pérdida. Le miré a los ojos, y aunque suene ridículo me
disculpé con él. O quizá era la cerveza la que estaba hablando.
— Te dejaré secando toda la noche y con suerte aún
funciones correctamente para mañana — hablaba solo… o eso pensaba.
— Déjame hacerte algunas preguntas — me
dijo, con un tono de voz un tanto más grave… aparentemente distorsionado.
Inevitablemente me asusté. Mi corazón latía a mil por hora.
Parecía una película de terror vuelta realidad. No podía salir del asombro,
apenas logré emitir un sonido casi inaudible. Sentía que mis huesos se habían
congelado y mis músculos tensados, impidiendo que pudiese soltar a M0FY.
— ¿Por qué trabajas donde trabajas? ¿Por qué
practicas la religión que practicas? ¿Por qué tienes los amigos que tienes?
¿Por qué bebes todo lo que bebes? ¿Por qué haces lo que haces? ¿Por qué? Verás,
todo en la vida se puede cuestionar. De hecho, lo ideal sería cuestionar todo
lo que haces, dices o piensas. Pregúntate a ti mismo “¿por qué?” y responde de
la manera más racional, lógica y congruente que puedas. Si tu problema es que sea
un peluche parlante quien te diga las cosas como son, ¿qué te impide que seas
capaz de darle respuesta a tales preguntas? —
La parálisis que recorría mi cuerpo se extendía hasta mi voz.
El impacto de tal situación era tal, que no podía hacer nada más que respirar.
Transpiraba alocadamente. Estaba sumamente confundido, las preguntas que me
hizo en definitiva me calaron, pero no podía responderlas en ese momento. No en
esas condiciones. Eran excelentes preguntas para reflexionar y meditar, creo
que todos deberíamos preguntarnos eso alguna vez, pero no si era un oso de
peluche el que te las hacía.
— El creador de M0FY lo previó todo desde un inicio
— seguía hablando — Él sabía perfectamente que en algún momento y
lugar, algún graciosito quisiera destruir a M0FY. Lo que la gente no sabe, es
que cuando el sistema está a punto de colapsar, envía una señal al ordenador
central del creador. Quien, si así lo desea, puede tener acceso a la bocina de
M0FY y hablar por él mismo —
— ¿Pero qué…? — dije casi tartamudeando.
— Asimismo, puede activar las cámaras de vídeo
integradas a su sistema para verificar el rostro de quien quiso destruir a M0FY
—
Si lo anterior es cierto, mis sospechas terminaron siendo certeras.
— ¿Pero por qué y para qué? — logré
preguntar — ¿Qué sentido tiene? ¿Acaso es el creador el que me está
hablando ahora mismo? —
— Me interesa saber cómo es el pensar de ciertas
personas — dijo tras una breve pausa — Desde la más
pacífica hasta la más violenta. Y la mejor forma de saber eso es a través de
los niños. Ellos saben perfectamente del entorno familiar en que viven y no se
atreverían a mentirle a un oso de peluche. De todos modos, soy un ser
irracional, ¿no? Lo que cada niño le dice a su M0FY, se va grabando automáticamente
y viajando a una base de datos sincronizada y de ahí es que concluyo cómo es la
convivencia con sus progenitores o encargados —
— ¡¿Quién te crees que eres?! ¡¿Acaso son policías?!
— le grité furioso.
— A la gente no le gustará lo siguiente, pero la realidad
es que la única manera de saber con precisión cómo se comporta el núcleo
familiar, escolar o de otra índole con ellos es violentando su privacidad —
continuaba — Y te asombrará saber, Kevin, que a la fecha ya hemos
descubierto innumerables casos de maltrato infantil, de pedofilia, violaciones,
prostitución, bullying escolar, tendencias suicidas y lo más recurrente, y en
donde encajas muy bien; violencia intrafamiliar —
Finalmente logré soltar a M0FY, y casi de inmediato escuché
que alguien estaba golpeando a la puerta con mucha insistencia… es más, presentía
que era más de una persona.
— No somos policías, Kevin — seguía
diciendo desde el suelo — La policía es inútil ante mis ojos. Para que
me puedas entender, somos un grupo clandestino de hackers y nuestra misión es
única y exclusivamente velar por la protección de los niños víctimas. ¡Somos la
voz de los que no tienen voz!... —
En ese preciso instante escuché perfectamente cómo derribaban
mi puerta… escuchaba cómo varios pasos se acercaban más y más al lugar en el
que estaba.
— No somos ni buenas ni malas personas, Kevin —
seguía diciendo con un tono mucho más oscuro — Sabemos y estamos
conscientes de que hacemos algo que en esencia está bien, pero también creemos
firmemente que la violencia se combate con violencia. Si el sistema actual es
deplorable y disfuncional, nosotros tomaremos las riendas. Los culpables merecen
un escarmiento directamente proporcional al daño cometido. Traeremos de vuelta
la Ley del Talión… —
Mientras tanto, y sin darme cuenta, ya tenía a cinco tipos detrás
de mí. Todos vestían de negro, con una capucha que les cubría el rostro y todos
portando unos bates metálicos.
— Piensa bien en las preguntas que te hice, Kevin
— me dijo antes de perder el conocimiento — Sé que harás un
excelente trabajo en darle solución a las mismas. No lo hagas sólo por ti,
hazlo por Rubén. Sólo queremos que hagas bien tu trabajo. Nosotros haremos el
nuestro —

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