viernes, 20 de julio de 2018

"El enviado de Dios"

Ángel De Vlaar era un hombre desdichado desde la cuna. Hijo de madre guatemalteca y padre holandés, ambos fallecidos en un desafortunado accidente automovilístico a los pocos meses de nacido. Forzado a vivir junto a sus dos hermanos en las zonas más recónditas y peligrosas del país. Sobreviviendo día tras día con lo que se podía, creando malas amistades desde muy temprana edad. Específicamente se trataba de su medio hermano mayor, quien aceptó formar parte de una pandilla para llevar el sustento a su hogar. Tres lustros después de su alumbramiento, su hermano mayor fue asesinado a manos de la delincuencia organizada y su hermana abusada en reiteradas ocasiones por distintos sujetos, todo frente a sus propios ojos. Todo parecía indicar que se trataba de una venganza tras un enfrentamiento entre maras. Ello significó un antes y un después en la vida de Ángel. Su hermana se fue desvaneciendo paulatinamente a causa de una enfermedad de transmisión sexual adquirida en lo relatado con anterioridad y sin poseer la plata necesaria para su debido tratamiento, hasta finalmente desaparecer tres años después. 
A sus veintiséis primaveras de estadía en este planeta, sus logros más destacados eran saber leer, escribir y su envidiable pero desaprovechada capacidad de imaginación. Un hombre quebrado, traumado, sumergido en depresión. Las drogas y el alcohol eran su pan diario, los burdeles lo complementaban. Tenía clara la concepción de la persona humana como un ser lleno de maldad. Sus crueles experiencias le brindaban los motivos suficientes para defender dicha postura a capa y espada. Pese a todo, nunca siguió los pasos de su fallecido hermano, siempre declinó toda oferta de unirse a estructuras criminales. Prefirió, por un tiempo, ganarse la vida como contrabandista; contrario a la moral, a los valores, a las buenas costumbres y, sobre todo, a la ley. Parecía que había nacido para dicha labor deshonrada, tenía talento para volverse invisible ante los ojos de la justicia y de todos. Escurridizo y ágil como un ratón. Así era como obtenía ingresos tan solo para derrocharlos en cerveza, cigarros, jeringas y mujeres. Ese era su día a día. 

Un sujeto sin metas ni ambiciones en su vida, viviendo sólo por vivir. O más bien, esperando tranquilamente y sin tanta prisa a la muerte. Ángel odiaba su propia vida, pero se resignaba a construirse una nueva únicamente para caer en monotonía. Vivía solo, en un mal cuidado cuartucho. Sus convicciones tambaleaban sobre la delgada línea entre el agnosticismo y el ateísmo. Se negaba a creer en un Dios tras ver todo lo que sucedía, no sólo en su vida, sino en todo el mundo. Su fe se encontraba arrastrando los suelos, y parecía no querer levantarse, ya se había acomodado. Tan solo necesitaba un motivo para creer; una prueba visual, o sensorial cuanto menos. Era lo único que pedía a gritos para restaurar su fe. Hasta que finalmente, su llamado fue atendido...

Cierta noche, soñó el haber llegado a un acuerdo con Dios. Su misión era concisa y contundente; debía recorrer las calles de su país, en altas horas de la noche, vestido con una gabardina grisácea que le llegaba hasta los tobillos y utilizando una máscara blanca para ocultar su identidad, e ir buscando el mal para acabar definitivamente con él. Sonaba como el típico superhéroe de los cómics, pero sus poderes le eran otorgados por el mismísimo Dios. Le habían concedido en las palmas de sus manos, el poder de restauración espiritual. Sólo necesitaba tocar con una mano a otra persona para eliminar de ésta última, toda la malignidad depositada dentro de su cuerpo y todo pensamiento impuro existente en su eclipsado corazón. Tras eso, la persona en cuestión resultaría restaurada, y prácticamente renacería como una persona de bien. Además, su gabardina y su máscara funcionaban como una defensa impenetrable ante cualquier ataque que se pudiera suscitar en su contra. Su única prohibición era la de no revelarle a nadie su exótico 'trabajo'. A cambio, tenía que ser un fiel y devoto creyente, que jamás de los jamases podía poner en duda la existencia de su Dios.
Ángel despertó de golpe, agitado y desorientado, sin saber si se había tratado de un simple sueño o de una alucinación provocada por el LSD. Su escepticismo lo convencía de que todo tenía una explicación lógica, y nada de lo que vio en su mente podía ser verdadero. Pero sus esquemas se vinieron abajo, como edificio derrumbándose, al abrir su armario. Estaban ahí, bien colgados e impecables, la gabardina grisácea y la máscara blanca. No lo podía creer, no aceptaba creerlo. Pero frente a sus narices se encontraba esa prueba física, corpórea y tangible que durante tanto tiempo estuvo buscando. Al menos tenía que intentarlo. De todas maneras, ¿qué más podía perder?

Así que, dicho y hecho, se vistió con las ropas supuestamente mágicas, y a eso de las once de la noche salió a recorrer las calles. Él conocía a la perfección las calles, pues vivía más en ellas que en su propia habitación, así que se puso en marcha hacia un callejón frecuentemente visitado por una pandilla. Iba sudando, nervioso, desconfiado, pensando incansablemente en el "¿y si...?". Los divisó a lo lejos, eran tres tipos con muy mala pinta sentados en una banqueta, dando la impresión de que se encontraban esperando a su próxima víctima. Ángel se acercó con miedo hacia ellos, y al estar a una considerable distancia estos tres sujetos se pararon para hacerle frente, lo intentaron intimidar con insultos y leves empujones, en menos de dos segundos Ángel ya se encontraba rodeado, se mantuvo en silencio pero se sintió en desventaja. Uno de ellos sacó un arma de fuego y le apuntó, al mismo tiempo que le pidió todas sus pertenencias. Ángel lo pensó unos segundos, pero era ahora o nunca, así que tomó velozmente a su asaltante del brazo con que sostenía su revólver. Ésta se accionó y la bala saliente impactó directamente a su frente cubierta por la máscara. De forma increíble, Ángel se encontraba ileso, sin ningún rasguño, la máscara lo protegió tal y como se lo habían garantizado. Y además, al entrar en contacto con el pandillero, éste cayó desmayado al suelo casi de inmediato. Los otros dos tipos comenzaron a huir tras ver lo sucedido, dándose finalmente a la fuga. Ángel no pudo ni moverse del asombro, su reacción fue tardía. En teoría, había liberado de todo mal al tipo que yacía a sus pies, pero no sabía cómo comprobarlo. Aún así, no se iba a quedar esperando a que se despertara, así que siguió su camino buscando más personas malas para convertirlas. 
Al cabo de unas horas de no encontrar nada, escuchó gritos de una mujer dentro de una casa. Al acercarse a la ventana pudo observar cómo un hombre, aparentemente el marido, la estaba maltratando a golpes. Ángel no quiso ver más esa escena y sin dudarlo entró por la ventana, rompiéndola, y sin mediar una sola palabra se acercó al maltratador, quien se encontraba en estado de ebriedad, colocó su mano sobre su cabeza y éste se desplomó de manera similar que el pandillero. Y sin más que hacer se retiró ante una mujer llena de moretones pero sin entender qué había sucedido. Fue lo último que Ángel hizo esa noche, pues decidió regresar a su cuchitril.

Al día siguiente, comenzaron a circular los rumores por el barrio. Como era de esperarse, rondaban varias versiones que discrepaban entre sí. Sobre un tipo enmascarado que iba atacando a las personas por las calles, de un marero que renació como un hombre nuevo, de un esposo que voluntariamente se entregó ante las autoridades para confesar que maltrataba a su mujer. Ángel se llenó de confianza, se consolidó como el enviado de Dios para destruir la maldad y reestablecer el orden en la humanidad. Finalmente había encontrado un objetivo por el que en realidad valía la pena luchar. Esa noche realizó su rutina, buscando personas que emanaban maldad de su ser para restaurarlas.    
Estuvo así varias semanas, meses, caminando por distintas calles, aumentando cada vez más y más el número de personas a las que obligaba  prácticamente a volverlas buenas. Con el tiempo, los periódicos se fueron llenando de artículos relacionados con los hechos acontecidos. Los críticos y los medios de comunicación no encontraban una respuesta lógica. Aunque se trataba de una labor para bien, la gente parecía más atemorizada que esperanzada. Ángel estaba orgulloso por su progreso, pero no estaba conforme, los índices de violencia no bajaban. Así que decidió atacar en grande.

Utilizó sus viejas habilidades de raudo para pasar por alto a los guardias que vigilaban la entrada a la prisión preventiva, e ingresó directamente a la zona en donde se encontraban recluidos los reos. Él tenía claro que era una misión de alto riesgo, pues sabía que se podían amotinar y causarle problemas. Pero tomó el riesgo, uno a uno fue restaurando a cada reo que se interponía en su camino. Uno tras otro, tras otro, tras otro. En efecto, la aglomeración de reos no tardó en aparecer, y su indestructible gabardina gris comenzó a recibir golpes, patadas, disparos, cuchilladas, todos en vano. Las cámaras de seguridad de la prisión lograron captar cómo éste hombre enmascarado iba derribando uno por uno a cada aprisionado, formando montañas de cuerpos desmayados, dándole una mala impresión y eventualmente una mala reputación tras publicarse los metrajes por televisión. Ángel no lo podía creer, un sector de la población lo aclamaba y otro sector lo odiaba. No lo lograba entender, cómo el realizar una acción que beneficiaría a la colectividad fuera tachado como mala. Pero no le importó, siguió asistiendo desapercibido a prisiones y convirtiendo a todo aquél del que percibiera maldad.

Finalmente, tras el paso de los años los índices de violencia fueron descendiendo. Las calles se comenzaron a tornar cada vez más seguras, las maras iban desapareciendo poco a poco. Había logrado su cometido. Sin embargo, cayó tristemente en la cuenta de que las personas que iba 'salvando' de a poco iban retomando su camino retorcido. Optaban nuevamente por tomar ese camino al no conseguir empleo para sus familias. Ángel entendió que no debía únicamente desarticular las pandillas para eliminar la maldad del país, ya que si seguía así, las cosas tomarían nuevamente el mismo rumbo tarde o temprano. La delincuencia no era el principal problema, sino más bien la corrupción. Debía atacar a lo más alto, a los políticos, a quienes imponían las leyes. Quienes con tal de enriquecerse a costa de su pueblo, preferían mantenerlos en ignorancia y desempleo, que consecuentemente resultaría en pobreza y delincuencia. Debía cortar el problema de raíz. Pero las dificultades se agrandaban, pues ya había dejado pistas de cómo eran sus intromisiones y la seguridad aumentaría. Tras meditarlo fuertemente, llegó a la conclusión que debía realizar una hazaña. acceder de una u otra forma a la casa del Presidente para lograr su objetivo. 
Discretamente y evadiendo a todo guardia, logró ingresar cierto día a la habitación del Presidente. Para su sorpresa, el Presidente estaba despierto, y rápidamente tomó una escopeta que guardaba debajo de su cama y le apuntó.

Sabía que era sólo cuestión de tiempo para que este día llegara dijo mientras le sonría cínicamente Así que tú eres al que todos llaman como "el enviado de Dios"
Sólo tengo un deber, señor Presidente dijo Ángel acercándose Ésta es mi misión
Sabes que no lograrás nada con esto, ¿verdad, Ángel De Vlaar?
¿Qué? se detuvo ¿Cómo sabe quién soy?
Por favor, chico sin bajar el arma Cuando eres de cuello blanco, obtienes el poder sobre todo. Es una gran responsabilidad, pero puedo dar con quien yo quiera cuando pongo a buscar a mi gente en todas las bases de datos. Por otro lado, solías venderle marihuana a un conocido de mis inútiles guardaespaldas
Si usted no reestablecerá el orden en este país, lo haré yo dijo Ángel Si no hay familia, no hay valores. Si no hay valores, hay corrupción. Si hay corrupción, hay desempleo. Si hay desempleo, hay pobreza. Si hay pobreza, hay delincuencia. Si hay delincuencia, no hay familia. Es el ciclo sin fin. Es por eso que estoy aquí, para ponerle punto y final a todo este asunto
Tú no entiendes nada, Ángel arremetía el Presidente Todos tenemos algo de maldad en nuestro ser, y también algo de luz. Es como el ying y el yang. Uno complementa al otro. ¿O es que acaso el contrabando no es algo malo? Todos cometemos cosas malas, por mínimas que sean. Y aunque intentes restaurar a todo el mundo, y renazcan como seres de luz, ellos tarde o temprano volverán a conocer la maldad y le darán entrada en sus corazones. Es en vano lo que estás haciendo
Puede que tenga razón acercándose de nuevo Pero para ello estaré yo manteniendo un equilibrio

De la nada, aparecieron dos enormes guardias por detrás quienes tomaron de ambos brazos a Ángel, inmovilizándolo. El Presidente rápidamente se acercó y le arrebató la máscara a De Vlaar, quien por primera vez en mucho tiempo volvió a sentir miedo al tener su rostro al descubierto. El Presidente le colocó la escopeta a escasos metros de la cabeza.

¿Y ahora quién te va a salvar, eh? exclamó con ahínco al verse en ventaja ¿Dios?
Yo vivo para servirle, Él me brindó esta oportunidad de salvar al mundo de gente como usted dijo Ángel manteniendo la calma Me salve o no me salve, le estaré eternamente agradecido por haberme dado un propósito en esta vida
¿Sabes? En algún momento pensé que tú eras el mismo Dios personificado decía el Presidente sintiéndose superior Pero ahora veo que eres solo un tipo jugando a ser Dios
Yo no soy Dios, mi Dios es el mismo en el que usted cree dijo Ángel Es el mismo en el que muchos creemos pero que de igual forma cometemos acciones que nos avergüenzan ante sus ojos. Y reincidimos constantemente, porque somos débiles. Es el mismo Dios que muchos pandilleros se tatúan en su piel y aún así salen a matar a los otros. Es el mismo al que usted le reza, pero que luego le escupe al mantener hundido al país al que gobierna 
Te diré algo dijo mientras le hizo una seña a sus guardias, quienes de inmediato le despojaron de su gabardina para luego esposarlo, pero no sin antes propinarle una golpiza Haré de cuenta que esto nunca pasó. Mantendré silencio si tú haces lo propio. No te mataré, pero tú tampoco pondrás un dedo sobre mí. De todas formas, estás solo. No tienes familia ni amigos, podría desaparecerte y nadie reclamaría nada. Pero soy un Presidente clemente, te perdonaré la vida exiliándote del país. Daré orden de que te lleven a México, o a Brasil, o quizás a Europa, y hagas tus trucos de magia fuera de mi país. Iniciarás una nueva vida en otras tierras, mientras que aquí, poco a poco se olvidarán de que alguna vez exististe

La gente del Presidente obedeció dicha orden al pie de la letra, transportando en una avioneta privada a Ángel De Vlaar, totalmente desnudo, amordazado y esposado. Con evidentes hematomas y heridas expuestas tras recibir incontables golpes. Y al lado de él, una caja en donde guardaban su gabardina y su máscara. Finalmente Ángel fue liberado en un lugar desconocido para él, en donde deberá iniciar una nueva vida y seguir con la misión que Dios le encomendó. Decepcionado de saber cómo es que funciona realmente el sistema, pero a sabiendas de que logró reducir la violencia en su país natal, pudiéndole brindar a su gente un par de años de seguridad y tranquilidad, antes de que el ciclo comience de nuevo. Y vio este destierro como una nueva oportunidad, aprendiendo de sus errores, y tomándolo como un nuevo llamado de Dios para seguir esparciendo la luz en el resto del mundo.



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